Transbordo Imaginario.
Acerca del Estatuto Virtual de la Adolescencia.
Te convido a creerme cuando digo futuro
Silvio Rodríguez
INTRODUCCION
Cada vez que intentamos abordar la temática adolescente nos encontramos frente a un paisaje pincelado de controversias.
Es que la delimitación del campo adolescente genera vacilaciones en su mapeo cuando se la ensaya desde un sólo punto de vista (psicológico, sociológico, histórico, biológico, etnográfico, etc.).
La infinidad de escritos y ensayos sobre la misma no logra abarcarla, ya que la adolescencia es un fenómeno vivo, en movimiento, que está siendo reformulado por cada nueva generación en función de las pautas socioculturales dominantes.
Pensar la problemática adolescente implica reacomodarse a un fenómeno incesante y multifacético que nos confronta con una pluralidad de ejes y categorías. Y si hacemos hincapié en la cantidad es en función de dar cabida a una lectura más amplia, ya que en la adolescencia ejes y categorías se presentan en un espectro que va del cruzamiento múltiple a la superposición.
Es de capital importancia entonces, que no nos quedemos con una visión única, sea metapsicológica, sociológica, histórica, biológica, etnológica, etc. La adolescencia se imbrica y encabalga en todos estos registros sin que ninguno la abarque totalmente. Priorizar cualquiera de estas categorías perdiendo de vista el contexto desde donde se sustenta nos enfrenta al riesgo del reduccionismo, con la consecuente pérdida de la riqueza que ofrecería una lectura multilocular.(1)
La adolescencia, como es sabido, es tierra fértil para lo contestatario, lo panfletario, lo utópico, con toda la pasión que genera el huracán hormonal pero también con la pregunta generatriz acerca de los lugares posibles e imposibles de ocupar en esa gran aldea que es la sociedad de los mayores.
A algunos de los conceptos que clásicamente se pensaron para caracterizar toda adolescencia: la búsqueda de una nueva identidad para ese traje prestado que es el cuerpo pospuberal, el sufrimiento que conlleva la resignación de los lugares perdidos de la historia infantil y la entrada como sujeto semiautónomo al corpus social adulto, quisiéramos articularlos con la idea de que estos trayectos se recorren en pos de obtener un primer lugar de anclaje dentro del «imaginario-simbólico-adulto» de la cultura a la que se pertenezca, para luego poder proseguir asumiendo roles posibles y reconocidos, concomitantes con el campo de los ideales del sujeto, es decir un proyecto identificatorio.
De esta manera el topos adolescente queda definido como un lugar ajeno. No sólo el cuerpo no es vivido como propio sino que los lugares a insertarse tampoco lo son, pertenecen a los adultos, se presentan como un horizonte al que hay que arribar. Esto gesta una dinámica entre las generaciones, una pugna, que da como resultado la creación de un espacio que se construye como una formación de compromiso, entre los deseos y las defensas de los bandos contendientes y que en el mejor de los casos deviene transicional.
La adolescencia, este espacio-tiempo que todos conocemos y que así denominamos, es en realidad efecto de una ilusión. Para los que la atraviesan es una estación de transbordo hacia un futuro, promisorio o no, que los espera (2); esta situación por sus características, como veremos, termina tiñéndola de cierta virtualidad a la hora de evaluarla. Para los adultos es una situación de conflicto (con aquellos y consigo mismos) y un tiempo de preparación que los adolescentes tienen que superar para poder operar, ahora sí con la habilitación correspondiente, sobre la realidad. Como se ve la apuesta por la virtualidad se refuerza de ambos lados.
Lugar inexistente de cualquier manera, ya que la adolescencia a diferencia de la niñez, la adultez o la senectud, es un punto de inflexión en el que nadie quiere quedarse ni nadie quiere que otro se quede, beneficios secundarios aparte.
Arribamos en consecuencia a la paradoja fundante de la adolescencia: la búsqueda de identidades y de lugares, que se logran o no a costa de cantidades variables de sufrimiento, y culmina cuando el sujeto ya dejó atrás su adolescer. La adolescencia es la cacería de una identidad y de un lugar que no existen dentro de las categorías inherentes al propio fenómeno adolescente y ese U-topos es ofertado y negado por su creadora, la cultura.
Lo que comenzó a perfilarse desde el inicio como la necesidad de un enfoque múltiple para entender el fenómeno adolescente se ha tornado a esta altura en una urgencia. Estamos seguros que no nos encontramos solamente ante un misterio psico-biológico, es más, la ausencia del fenómeno en ciertas sociedades nos inclina a pensar que la raíz cultural es mucho más profunda de lo que se creía.
Proponemos pues integrar las categorías precedentes y hacer una lectura más abarcativa mediante su articulación con los conceptos intrasubjetivo, intersubjetivo y transubjetivo (3), lo que permitirá dar cuenta de distintos atravesamientos que sufrimos como sujetos de un contexto vinculados a una dimensión mayor (macrocontexto) que nos incluye y nos determina por lo menos parcialmente.
Nos sentiremos satisfechos si al final de este trabajo logramos anudar algunas articulaciones que nos permitan seguir haciendo nuevos transbordos en los zigzagueantes caminos que llevan a la comprensión del fenómeno adolescente.
(APENAS) UN ENFOQUE SOCIO-HISTORICO
¿Cuándo nace la adolescencia? Se sabe por los estudios socio-antropológicos que en las sociedades precapitalistas es un fenómeno prácticamente inexistente. Es la Revolución Industrial quien la funda.
Con anterioridad no había prácticamente ningún hiato entre el niño y el adulto, el que ayer no tenía responsabilidades hoy pasaba a tenerlas previa presentación en sociedad, en el caso de las clases acomodadas.
En cambio dentro del campesinado y los artesanos la incorporación a la vida laboral se hacía en forma de una progresiva y creciente responsabilidad, a la sombra de la matriz identificatoria maestro-aprendiz, padre-patrón (padrone).
La llegada del maquinismo y la ruptura de los órdenes laborales y sociales establecidos durante el feudalismo darán lugar a un cambio de valores que cabalgará indemne de ahí en más.
La burguesía triunfante no sólo arrebatará a la aristocracia la antorcha de los valores sino que también implantará un nuevo código. Será pues necesario prepararse (4) para ocupar los nuevos lugares dentro del aparato productivo, esto generará un compás de espera entre el fin de la infancia y la incorporación al trabajo.
Este nuevo lugar que primero ocuparán los vástagos de la burguesía pero que lentamente se irá expandiendo hacia los demás estamentos sociales, se irá poblando de un imaginario sin precedentes de existencia en la historia de la humanidad, ya que a él pertenecerá un grupo de sujetos que no tiene definición todavía, que se está formando, que está buscando una identidad.
Desde ya que el imaginario social adolescente fue variando a lo largo de las décadas. No es la misma imagen que tenían los adultos sobre ellos y la que los adolescentes mismos se dispensaban a principios de siglo, en la década del ’30, de la mano de Elvis en plena posguerra, con el fenómeno beatnik-hippie, que en la actualidad. Es que las tensas relaciones entre los adultos y sus futuros sucesores (¿usurpadores?) no han cesado de cambiar durante todos estos años y seguramente no lo harán. La mayor rapidez de obsolescencia de los adultos en sus puestos de trabajo, especialmente a nivel de decisión, acortó las distancias entre las generaciones no solamente a nivel laboral.
El giro que tomó el mercado publicitario, dirigiendo ahora gran cantidad de sus ofertas hiperconsumistas a la franja adolescente modificó los hábitos y los actores del proceso de producción-distribución-consumo. Es que finalmente la sociedad consumista aceptó la presencia de esta franja etárea en la medida que su lugar viró de la inexistencia (recuérdese que hace apenas 30 años no había productos para adolescentes) al papel protagónico del sueño del héroe occidental, categoría cimentada a partir de la segunda posguerra principalmente en el imaginario estadounidense.
LA IMPERTINENCIA DE LO BIOLOGICO
Desde ya que el enfoque socio-histórico es insuficiente para comprender y abarcar la dimensión adolescente.
Un expediente al que muchos han recurrido es el de la biología, incluso para explicar aquel enfoque, que de esta forma queda subsumido en una argumentación causalista. En tanto aparición de la pubertad, la adolescencia se presenta casi como una necesidad categorial instantánea para poder explicar en un correlato conductual lo que sucede a nivel hormonal.
Mannoni lo expresa con todas las letras: «Sea como fuere, si es cierto que se inicia la adolescencia después de la pubertad y que termina con el ingreso en la edad adulta, es preciso vislumbrar su originalidad. La pubertad sigue siendo crisis puramente individual que no plantea ningún problema social. No se modifica por imperio de la situación histórico-social. Tiene efectos físicos y psicológicos pero no pone lo social en tela de juicio, mientras que la adolescencia amenaza de por sí con crear un conflicto de generaciones.» (Mannoni, O. 1986)
El mismísimo Freud a raíz de una categorización todavía ausente debe apelar a este expediente en el tercer capítulo de Tres Ensayos de una Teoría Sexual (Freud,S. 1905), al que titula «La metamorfosis de la pubertad». Allí nos plantea que será en ese momento vital en el que sucederán los cambios a nivel corporal que forzarán una exigencia de trabajo psíquico que acarreará un reordenamiento y una resignificación permanente, dando lugar al advenimiento del sujeto adulto.
No hay mérito a perder en la fructífera teorización freudiana, que sobrevuela lo biológico para fundar una dimensión psicológica de la cuestión. Pero a la hora de ser taxativos reconozcamos que no hay en Freud atisbo alguno de lo que hoy entendemos consensuadamente por fenómeno adolescente. Y no podría haberlo, ya que la representación del fenómeno adolescente a nivel de lo mental y de lo social recién comenzaba a tomar forma.
Por lo tanto si el Psicoanálisis debió apuntalarse en lo biológico para fundar una nueva categorización del devenir psíquico, dependencia que Freud por su formación nunca resignó, esto no elimina la posibilidad de nuevas lecturas desde otros paradigmas, como ocurrió con el estructuralismo en su momento, para dar cuenta de fenómenos aún no conceptualizados.
En lo que a nosotros respecta la explicación biologista tampoco nos alcanza ya que no explica la ausencia del fenómeno adolescente en otras culturas, sociedades y épocas, y las peculiares características que toma en las que sí existe.
LA SOBREDETERMINACION CULTURAL
Isaac Asimov relata en un artículo de divulgación científica llamado «El planeta que no estaba» (Asimov,I. 1976) la historia del descubrimiento de Neptuno. Previo a su visión vía telecopio, un astrónomo calculando la órbita de Urano notó una serie de variaciones que atribuyó sin dudar a la presencia de una masa gravitatoria desconocida. Planteó la existencia de un planeta aún no descubierto. Por supuesto que su descubrimiento no tuvo eco, hubo que esperar que meses después otro astrónomo de mayor renombre obtuviera los mismos resultados para que en base a sus cálculos matemáticos los telescopios enfocaran esa zona de la esfera celeste y ubicaran al planeta «recién descubierto».
Esta viñeta puede hacernos reflexionar acerca del orden de existencia de las cosas. ¿Neptuno existía o no antes de ser descubierto matemáticamente? ¿O sólo se catapultó a la categoría de existente luego de ser descubierto telescópicamente?
¿Qué sucede con la adolescencia? ¿Siempre existió agazapada en una especie de latencia histórica hasta que se dieron las condiciones «materiales» para su aparición? ¿Su apariencia social era coartada por diversos factores hasta que pudo expresarse? ¿Habría entonces un especie de inmanencia evolutiva que se manifiesta cuando las condiciones ambientales lo permiten?
Es posible pensar que la adolescencia es una categoría cultural, que hace aparición en un momento de cambio de variables socio-históricas que permiten, facilitan y necesitan la apertura de una nueva dimensión para canalizar el fenómeno que ellas mismas han posibilitado. A la manera de una estructura y un contenido que se originan simultáneamente.
La adolescencia sería entonces una categoría de orden imaginario-simbólico que englobaría y articularía una serie de procesos: biológicos, psíquicos, históricos, sociales, políticos y filosóficos, que se abren paso en una época y que resignifican otros procesos precedentes.
Esto en realidad no es novedoso, ha ocurrido también con otras categorías que precedieron a la adolescencia, como por ejemplo la niñez.
¿Desde cuándo se considera al niño como tal y no como un pequeño adulto? Probablemente el movimiento adulticida de la niñez haya comenzado con Freud y su conceptualización sobre la sexualidad infantil, pero el tiro de gracia se lo debemos a Piaget. Los niños ya no volvieron a ser los mismos después de la teoría sobre el nacimiento de la inteligencia.
LA MUTACION PSICOANALITICA
Los movimientos teóricos dentro del campo psicoanalítico en los últimos 20 años han permitido que esta disciplina científica dejara de ser deudora en uno de los tópicos a conceptualizar más controvertidos y apasionantes: la relación entre lo psíquico y lo social, o dicho de otra forma las relaciones de interdependencia entre lo intrasubjetivo, lo intersubjetivo y lo transubjetivo.
Entre otros, autores como Piera Castoriadis-Aulagnier, Jean Laplanche, Didier Anzieu, Rene Käes, contribuyeron a esta revolución copernicana dentro del Psicoanálisis que permitió retomar un derrotero freudiano abandonado y estigmatizado como Psicoanálisis Aplicado. Me refiero a los mal llamados escritos sociales de Freud.
Si desplegamos una lectura desde esta prespectiva podremos pensar que «…el advenimiento del sujeto se produce a través del apuntalamiento intersubjetivo, pero sobre el horizonte de un atravesamiento transubjetivo que recorre a todos los sujetos sociales» (Sternbach, S. 1989).
La posibilidad de pensar al sujeto humano desde las categorías de lo intra, inter y transubjetivo permite una apertura dimensional enriquecedora que puede dar cuenta de una serie de «pre-existentes» que la teoría no detectaba por carecer de dispositivos para retenerlos en sus cedazos. Volvemos a encontrarnos con el «planeta que no estaba».
Como ya vimos, la primera categoría con que se intenta abordar a la adolescencia es la que proviene de lo biológico, como fenómeno evolutivo normal (en tanto norma, todos los sujetos la atraviesan). El Psicoanálisis retoma lo biológico con un nuevo giro, es la reaparición de la pulsión (hibernada durante la latencia) en un cuerpo donde ahora sí es posible satisfacerla genitalmente con el objeto deseado, lo que permitirá la reedición del Complejo de Edipo y con ello un nuevo peldaño elaborativo.
Pero por supuesto que el Psicoanálisis no se queda sólo en la dimensión pulsional, incluye también las contingencias del campo identificatorio en su vinculación con lo social.
Así, por ejemplo, como el padre de la horda, muerto y deglutido en una lenta digestión identificatoria ambivalente define las relaciones posicionales de la exogamia, como se describe en Totem y tabú (Freud, S. 1913), es posible también desde otros desarrollos posteriores enfocar los diversos enclaves, donde se ubica la figura paterna en tanto desplazada de un lugar de poder omnímodo en relación a las posiciones, normas y prohibiciones que se juegan en lo social. La transformación del padre-que-es-la-ley en aquel-que-la-representa (correspondiente al pasaje del 2º al 3º tiempo del Complejo de Edipo en Lacan) y el padre al que hay que matar simbólicamente para poder ocupar su lugar y así lograr crecer (Winnicott, D. 1971) serían ejemplos de como seguir articulando las matrices sociales e identificatorias (registros inter y transubjetivos) a las vicisitudes del campo pulsional (registro intrasubjetivo).
Como vemos lo que está en juego no es solamente el destino de la pulsión sino también y en forma indisociable su anclaje en la matriz cultural, en el contexto en el cual los sujetos se mueven, categoría a veces descuidada en Psicoanálisis, como ya planteamos.
El acceso al imaginario-simbólico de una cultura permite apropiarse de sus emblemas, adscribir a una identidad por pertenencia, ocupar lugares permitidos y asignados en pos de un proyecto identificatorio que impregna de futuro al Yo.
La iniciación ritual, escena puntual y capital en la historia de un sujeto perteneciente a ciertas comunidades, pequeño puente que une las orillas de la niñez y de la vida adulta, pasa por sobre un río oscuro y sin nombre. En nuestra sociedad, las orillas están separadas por un océano que hay que cruzar las más de las veces en embarcaciones yoicas demasiado frágiles; el periplo es peligroso, de duración incierta y no siempre con final feliz.
Los distintos caminos que toman las investiduras pulsionales (transcriptas y/o sublimadas), junto con las matrices identificatorias sociales, dentro de los contextos de vinculación donde existe la posibilidad de que puedan plasmarse, se presentan en los sujetos como atravesamientos culturales (Cao, M. 1993), que dejan marcas y significaciones detectables en la labor clínica. Cada cultura moldea con sus prescripciones y prohibiciones lugares a los que se puede aspirar y ocupar pero que a su vez generan determinaciones (identificatorias, emblemáticas, pragmáticas, etc.) en quienes los aceptan y acceden a ellos. En este sentido, no es lo mismo haber cursado la adolescencia durante los ’50 con una emblemática de posguerra sazonada con rock and roll y peinados a la gomina, que haber sido miembro de la generación beatnik-hippie en pleno baby-boom, pelo por la cintura, tomando la píldora y menos aún en la actualidad, viendo la guerra del golfo por T.V. como un videogame, con las ideologías supuestamente agonizantes y el consumo como valor preponderante.
La diferenciación de los contextos precedentes nos lleva a preguntarnos: ¿haríamos lo mismo en un abordaje psicoterapéutico con un joven de hoy que con uno de ayer?
Para abordar esta cuestión deberíamos limar y deslindar aspectos teórico-técnicos que exceden el propósito de este trabajo. Pero de cualquier manera y sin entrar en esta disquisición no podremos olvidar que ninguno de los adolescentes con los que trabajemos hoy se encontrará a salvo de la degradación que padece la enseñanza pública. Ninguno estará protegido del discurso social que denigra el trabajo honrado y propone trocarlo por el facilismo de la estafa y el acomodo. Ninguno estará exento de la escala de valores que propone la «libertad de mercado» con el consiguiente endiosamiento del consumismo a ultranza. Ninguno estará excluido del modelo exitista individual que envió al ostracismo a los sentimientos de amor y solidaridad. Ninguno podrá ignorar como se estrecha el espectro de posibilidades laborales si elige una «carrera tradicional». Ninguno podrá evitar aunque sea por un instante, pensar que hacer con el preservativo. Ninguno podrá volver a tomar sol al mediodía sin experimentar el chamuscamiento de una atmósfera pobre en ozono.
El campo de los ideales, dimensión de constante recurrencia por parte de los jóvenes en pos de similitudes y diferencias estructurantes, adquiere nuevos lenguajes y significaciones que es imposible eludir sin arriesgarnos a construir un interlocutor teórico; o peor aún, a imagen y semejanza del adolescente que fuimos o quisimos ser, con sus necesarias versiones (fotográficas) en negativo.
No es sólo una cuestión de cambio de códigos, de modas sino también de lugares y de una proyección hacia el futuro. Los lugares a ocupar no son los mismos (desde «mi hijo el Dotor» hasta el yuppie, pasando por el revolucionario). Lo que está en juego es, nuevamente, el proyecto identificatorio.
A partir de los desarrollos teórico-clínicos producidos desde la década del ’70 podemos convenir que en lo relativo a la visión de la estructura intrapsíquica han ocurrido algunos cambios. Estos desarrollos hacen hincapié en que lo intrasubjetivo se estructura acorde a los movimientos y significaciones provistos por la función materna a partir del encuentro inaugural y fundante del psiquismo del infans. El vínculo que se establece entre la madre y el infans será el modelo de todas las vinculaciones posteriores, dimensión intersubjetiva a través de la cual se comenzará a establecer (con la a posteriori necesaria inclusión de una función paterna discriminada) el proyecto identificatorio del sujeto, que no podrá estar disociado (o sí pero a un costo muy elevado) de los valores e ideales que rijan al imaginario-simbólico cultural, o sea el campo de lo transubjetivo.
Nuestro interlocutor (paciente, analizado o analizante) no porta un aparato psíquico atemporal y solipsista. Este se estructura en los recorridos de ida y vuelta de los vínculos, que a su vez están marcados por el recorte cultural del lugar y tiempo donde sucedan. Y si bien esto es válido para cualquier edad, la adolescencia es el campo donde fermentan las cuestiones ligadas al Ideal del Yo y al proyecto identificatorio pues se trata como ya planteamos, del momento de empezar a comprender los mecanismos del mundo adulto y qué lugares elegir para poder participar en él, ya no sólo desde la fantasía.
¿FINAL DEL JUEGO?
Desde la década del ’60 hasta nuestros días los adolescentes fueron variando sus lugares de acción y de pensamiento. De ser una categoría social sin referentes (salvo el de la rebeldía) ni inserción socioeconómica, pasaron a ser el modelo identificatorio de la sociedad, como fuentes potenciales de goce total, juventud eterna y consumo. La adolescencia hija bastarda del capitalismo y por la misma razón renegada por la propia sociedad en sus orígenes, es ahora la niña (consumista) mimada del posmodernismo, modelo estético y vital, por lo tanto, bastardeada nuevamente.
Pero las vicisitudes identificatorias no terminan aquí. Si retomamos la idea de que la adolescencia es un U-topos, una estación de enlace y transbordo, el campo identificatorio, la perspectiva futura del Yo se encuentra problematizada.
El niño en relación a su futura configuración como adulto se encuentra temporalmente muy lejos de tal meta, tanto en lo referente a lo corporal como a las representaciones mentales. Se ve así imposibilitado de llevar a cabo las fantasías que circulan en ese contexto, más allá de su prohibición. Contrariamente el adolescente se encuentra frente a la paradoja de que desde lo témporo-material puede pero que los accesos a la satisfacción mediante los modelos adultos siguen prohibidos. El mundo del adulto tantas veces prometido está ahí al alcance de su mano, pero aún no es posible incluirse, todo lo que puede hacer es una preparación para ese lugar que desea y odia a la vez. Por eso debe conformarse con entrenarse o transgredir.
La adolescencia es actualmente un lugar valorado desde las fantasías de la potencia y de la juventud eterna. Pero no para los adolescentes, sino para los adultos que intentan acercarse al goce propuesto por el consumismo posmoderno haciendo una mimesis, intentando disfrutar desde lo actual lo que también les fue denegado en su momento. Esto nos devuelve a la virtualidad del U-topos, el adulto tampoco encuentra ese lugar porque ahora que sería posible tampoco puede, ni desde lo temporal ni desde lo corporal.
La adolescencia no nació como lugar imposible sino como de tránsito, su estructuración categorial produjo una resignificación dentro del ejido social en tanto poseedora de reglas y metas propias.
Campo paradójico de un irrealizable (en su calidad de espacio de virtualidad simbólica permanente) que reboza de contenidos ideológicos, y en tanto tales cuestionadores del statu quo (¿habrá que dar un rodeo sublimatorio para cuestionar el orden del Complejo de Edipo?), nos mantiene unidos a él por la promesa nostálgica (dolor por el regreso) de retornar ya como adultos y obtener el gozo de sus frutos con un cuerpo burilado de experiencias.
La problemática adolescente lejos de resolverse o aquietarse seguirá vibrando al compás cambiante de las variaciones socioculturales, afirmando y recambiando los meridianos de su anclaje significatorio en tanto mantenga su estatuto virtual de doble imagen especular: de los adolescentes que esperan verse como adultos para poder tener acceso a sus prerrogativas y de estos últimos que desean reencontrarse con aquel «tiempo perdido» donde hallar la libertad que resignaron cuando lograron sus deseados o indeseados lugares, a los que ahora se ven atenazados y desde los cuales emiten la mayoría de las veces su frustración, en ondulaciones represivas que oscilan del Mayo Francés del ’68 a la plaza china de Tian An Men.
La virtualidad del U-Topos puede impregnar al campo imaginario con una perspectiva dinámica, a la manera del motor inmóvil que pensaba Aristóteles para la divinidad, que subtienda los lugares y las representaciones hacia un polo transicional, o con una perspectiva estática que haga de los lugares y representaciones un enclave ideológico.
Los aspectos ideológicos que todo sistema utópico presenta funcionan en base a mecanismos de defensa que «Expresan y fijan la oposición para la realización del deseo inconciente» (Kaës, R. 1984), impidiendo de esta manera su tramitación vía los intermediarios (transicionales por definición), que permitan un apuntalamiento, una modelización y una transcripción que trasladen de nivel y de significación las representaciones mentales ligadas al proyecto utópico.
La cristalización de las representaciones-meta del U-topos lo convierten en una situación paralizante a la manera de un statu quo invariable que se impone aherrojando a los sujetos que lo padecen a su totem y tabú. Ya sea por la fijeza a derroteros con transbordos inalterados e inalterables como en los regímenes totalitarios, o por la vacuidad y la fragmentación, seguida de pérdida de posiciones y valores en la versión posmoderna.
A esta cristalización de la Utopía (tanto la positiva inalterable como la vacua desesperanzante) se contrapone la representación de una transicionalidad creativa (valga la redundancia) que permita la revaluación, reciclaje y regestación de los lugares (proyectos identificatorios) de una sociedad en una cultura dada, de acuerdo a sus coordenadas espacio-temporales y sus contextos de invariancia y cambio, dentro de la perspectiva azar-necesidad.
Publicado en Inscripciones 1/94. Revista de la Escuela de Psicoterapia Teórico Asistencial de la Liga Israelita.
NOTAS
(1) Probablemente esto también ocurra con otras categorías que intentan reunir bajo diversas denominaciones momentos vitales característicos desde una óptica evolutiva: niñez, adultez, etc.
(2) La mayor o menor velocidad con la que la atraviesen dependerá de cuán promisorio el futuro se presente en un contexto socio-histórico y personal dado.
(3) El desarrollo de estos conceptos lo haremos en el apartado «La mutación psicoanalítica».
(4) Es en este punto donde comienza a formarse la brecha respecto a la situación puntual del rito de iniciación y que dará lugar a la franja o zona donde transcurre el proceso adolescente.
BIBLIOGRAFIA
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