Planeta Adolescente. La esencia de los planteos de este ensayo se mantiene vigente. A continuación el texto de la contratapa.
Para dilucidar el fenómeno adolescente es necesario acomodarse a las fluctuaciones que nos propone una dinámica caracterizada por lo incesante y lo multifacético. Esta dinámica nos aleja de una visión unilateral, sea metapsicológica, sociológica, histórica o biológica, ya que este fenómeno se imbrica en todos estos registros sin que ninguno logre abarcarlo totalmente.
Es que su raíz cultural es tan profunda que logra despojarlo del corsé con que lo apretuja la noción de crisis vital para transformarla en crisis de lo familiar, de lo social y de lo institucional, gracias a la constante irrupción de sus vientos de cuestionamiento e innovación.
Por otra parte, dentro del campo psicoanalítico se ha afianzado la noción de que el sujeto surge de un entramado vincular, confirmando el papel que los otros cumplen en la constitución de la subjetividad. Por tanto, resulta decisivo revisar el rol de estos otros durante la reformulación subjetiva que se produce en la transición adolescente.
Asimismo, una articulación entre lo singular, lo vincular y lo social permitiría dar cuenta de los atravesamientos que sufrimos en tanto miembros de una determinada cultura. Es que reconocernos ligados a un macrocontexto, es decir, a una pluralidad de dimensiones que nos incluyen y nos determinan, allana el camino hacia una lectura en transversalidad. Justamente aquella que el fenómeno adolescente requiere para poder ser comprendido.
El trabajo clínico con adolescentes devino finalmente en un campo específico dentro del psicoanálisis. Empero, esta especificidad sólo alcanzó su máxima expresión con la conceptualización de la condición adolescente. Justamente, el reconocimiento de sus incumbencias fue el que la ubicó como mentora de los cambios que habrían de producirse tanto en los estilos de abordaje como en los contenidos a elaborar.
A su vez, esta condición develó como la metamorfosis adolescente no se gesta sólo en el mundo interno, sino que su tramitación requiere la presencia efectiva de los otros del vínculo. Estos van a apuntalar y acompañar el proceso de su transfiguración, aquel que se expande desde la refundación de su narcisismo hasta la obtención de su autonomía.
A la sazón, es en ocasión del accionar de estos otros que el registro intersubjetivo adquiere su insustituible papel para el despliegue de la condición adolescente. Su decisiva importancia se trasladará sin escalas al perímetro de la escena clínica donde adquirirá el formato del trabajo de la intersubjetividad, el cual intentará significar y elaborar las anomalías producidas por la acción o la omisión de los otros del vínculo.
Por tanto, su inclusión clínica dependerá del tipo de indicación diagnóstica, ya que el tratamiento puede recaer sobre el adolescente y/o sobre alguno de sus vínculos. No obstante, el enfoque intersubjetivo no se habrá de restringir sólo a la estricta presencia fáctica de los otros del vínculo, ya que aún en un dispositivo individual la presencia simbólica de aquellos se encontrará impregnada en el relato del paciente.
El procesamiento de la condición adolescente puede detonar una serie de inhibiciones, síntomas y angustias. Algunas ostentan francamente su cuño narcisista, mientras que otras lo manifiestan de manera solapada. Por ende, para abordar este eje clínico se requerirá la focalización y el seguimiento de los desequilibrios que sufre la autoestima. Es que durante este procesamiento los adolescentes se hallan bajo la influencia de un desorden narcisista transitorio y genérico debido a la remodelación de sus instancias psíquicas, registro narcisista incluido, que se origina cuando al abandonar la infancia pierden no sólo sus recursos sino también la estructura psíquica que laboriosamente construyeron.
La autoestima, que se origina en los primeros intercambios vinculares, tendrá la posibilidad de recrearse de manera permanente en ocasión de los sucesivos encuentros significativos. No obstante, la polaridad que caracteriza al narcisismo puede tanto cimentar la confianza del sujeto como declarar su total impotencia. Esta última alternativa es la que conduce a la clínica del enemigo íntimo, ya que cada vez que nos encontremos con la excluyente enunciación de un “no puedo” se activará el indicador diagnóstico de un posible desequilibrio narcisista. Este desequilibrio, en el caso que de no iniciar un encadenamiento elaborativo, puede llegar a cristalizarse en un formato psicopatológico.
Tal como lo planteara Donald Winnicott el psicoanálisis es una forma muy especializada de juego.
No obstante, la tesitura lúdica hace su aparición en la obra de Freud cuando sugiere que el ajedrez se emparenta con el psicoanálisis en la medida que sólo las aperturas y los finales consienten una exposición sistemática y exhaustiva.
A partir de esta idea es que el psicoanálisis termina espejándose en la vieja tradición ajedrecística, compartiendo con ella la falta de desarrollos teórico-prácticos para el juego medio debido a las complejidades que en ese aspecto se presentan tanto en uno como en otro campo.
En este sentido, los desarrollos estratégicos propios del juego-ciencia sólo se podrán de plasmar en las formas de iniciar y terminar las partidas. Otro tanto, mutatis mutandis, ocurrirá con el trabajo clínico. Por tanto, desde el punto de vista de la teoría de la técnica deberemos contentarnos con la existencia de un sucinto compendio de aperturas y finales dentro del corpus psicoanalítico.
Atentos a esta cuestión la interrogación que nos convoca es cómo abrir y cerrar un trabajo psicoterapéutico en la órbita del Planeta Adolescente. Es que por las particulares características de sus habitantes resulta imposible determinar un formato único para dichos abordajes.
Este argumento nos obliga a desplegar un abanico de posibilidades técnicas para desde allí aproximarnos a una teoría de aperturas y finales para una clínica psicoanalítica con adolescentes.
Es que el abordaje de la condición adolescente requiere del terapeuta una plasticidad actitudinal que permita implementar el estilo adecuado en cada una de sus intervenciones, ya sea en torno a las vicisitudes que acarrea el proceso madurativo, ya frente a la emergencia de sintomatologías específicas.
Por la misma razón deberemos emplear dicha flexibilidad estilística para abordar los desafíos que concitan tanto los comienzos como los epílogos en los miembros de un colectivo que porta un psiquismo en plena reformulación.
El imaginario grupal
Adolescencia y género
REFLEXIONES PARA REFLEXIONAR SOBRE TEXTOS ENCOGIDOS / EDDA SARTORI
Pluralidad, quizá, sería la palabra que podría convocar un primer acercamiento a este tejido de búsqueda, de experimentación de un espacio que busca otro espacio, de esa trama que urde la otra.
Este juego de lupas, de cámaras perseguidoras para desentrañar la urdimbre, de meterse en la madriguera discursiva y abrirse radialmente hacia otros espacios, esta propuesta narrativa y poética no conformista y en su descontento ávida e insolente, se ha atrevido con la multiplicidad, con lo heterogéneo, con el entrecruce de voces, de tramas, de discursos, donde los narradores van concertando su enjambre de ironía y misterio por tableros y laberintos.
La ruptura; el disloque, la puesta en crisis, la estrategia de la palabra, la morosidad del detalle, el «jadeo» del narrador, ese «desbande» controlado de lo múltiple, el sentido que se va nutriendo con la materia sonora, lo mítico y lo instantáneo, van marcando el producto de recursos, el criterio selectivo para lograr ese recorrido del lenguaje haciéndose a sí mismo.
Habría que reflexionar, finalmente, sobre cómo el yo poético, esa especie de espejo anuda la búsqueda del amor con la búsqueda de la palabra, en un ir y venir, flexible, espacioso, para dar apertura así, desde la pesquisa íntima, a un estado de re-unión de la enunciación.
A la manera de una bitácora de viaje, la novela desgrana una serie de historias a lo largo y a lo ancho de un manojo de ciudades. De este modo, entran en escena Villa la Angostura, La Habana, Florianópolis, Estambul, San Francisco, Barcelona y Buenos Aires. El protagonista recorre sus geografías y describe las impresiones que aquellas le suscitan en un enlace permanente con sus corrientes emocionales, lo cual le permite rememorar y resignificar su propia historia.
El tránsito a través de cada una de estas ciudades lo va poniendo en contacto con aquella dimensión subterránea que se moviliza por el simple hecho de viajar. Por tanto, en ocasión de emprender esta secuencia de viajes (sea donde fuera que vaya y sea cual fuera el tiempo que le tome), se va a activar en él un circuito que entrelaza, en una suerte de elaboración, los sucesos y experiencias del mundo real con las vivencias del mundo interno.
De esta manera, se generará un movimiento de ida y vuelta, simultáneo y recíproco, donde algo de lo que sucede en el mundo externo va a entrar en resonancia con algo que mora en el mundo interno, y viceversa. Esta singularísima sinergia le habrá de producir efectos inéditos, contribuyendo a descubrir, resolver y superar cuestiones personales pendientes, cristalizadas, o bien, arrumbadas en el olvido.
Y, para su sorpresa, el curso de este procesamiento se llevará a cabo mediante inesperados golpes de timón, los cuales devendrán en profundos virajes.
En este mismo sentido, la propia vida podrá equipararse a un viaje. Una travesía que se va a desplegar en simultáneo en el interior y el exterior del sí mismo.
Casi olvidados en una desahuciada carpeta negra moraban algunos viejos versos. Otros más recientes se comprimían indiferentes en un archivo del disco duro. Solidarios, los relatos acompañaban esta espera, imperceptible para mí, evidente para ellos. Y fue así como vieron la luz, entre dudas y certezas, haciendo honor a los latidos que les dieron vida.
Su hibernación no fue azarosa. Respondía a un pudor incrustado en los huesos desde los tiempos precámbricos y a una falta de legitimidad que portaba el significante poeta. Sin embargo, la ayuda siempre llega desde los otros, sean los del afuera o los que habitan nuestro mundo interno.
Entonces, a la manera de una epifanía, una vieja canción vino en mi/su rescate. Era Tontas canciones de amor, un tema compuesto por Paul McCartney cuando lideraba la banda Wings. La historia de esa canción y de su sugestivo mensaje dieron por tierra con el pudor y con la exigencia de tener carné de poeta.
Y helo aquí, un collage de impresiones, emociones, sentimientos, pensamientos e intuiciones que recorrieron, ida y vuelta, el sendero que comunica mente y corazón. Un recorrido que abandona el olvido para poder seguir escribiendo una historia.
Marcelo Luis Cao
Licenciado en Psicología
Matricula Nacional 9454