Identidades Masculinas.
La Resignificación Adolescente.

It’s a boy Mrs. Walker it’s a boy
It’s a boy Mrs. Walker it’s a boy
A son! A son! A son!
The Who


La tecnología ha desvanecido la típica escena donde la partera anunciaba el género del recién nacido (tal como lo atestigua el tema de la ópera-rock Tommy), dando por sentado que de ahí en más género y sexo habrían de coincidir para siempre. Sin embargo, sabemos que las identidades surgen de una compleja sinergia entre lo que cada generación trasmite a la siguiente por una parte y, por otra, por la apropiación y eventual modificación que esta última hace a partir de los modelos extra-familiares que pueblan el imaginario social de una cultura en un momento histórico dado.

De este modo, esta sinergia desplegará sus variables e incumbencias a lo largo de los primeros años de vida de los sujetos. No obstante, será en ocasión de la transición adolescente que se resignificarán los datos y experiencias acopiadas en la infancia a partir de la exploración que quienes la cursan llevan a cabo durante esta crisis vital. Esta resignificación coadyuvará a procesar, elaborar y afirmar las cuestiones ligadas a la configuración de una identidad. Configuración que al partir de la base de lo trasmitido tomará el sentido de una remodelación.

Con todo, el montante identitario que surja de esta sinergia no podrá expresarse a través de la existencia de una sola y sencilla masculinidad. Es que en la medida que ya no resulta posible conceptualizar la adolescencia como una entidad monolítica sino como un conjunto heterogéneo de adolescencias, tampoco podremos referirnos a una masculinidad en clave única sino al grupo de masculinidades que se despliega a lo largo y a lo ancho del colectivo adolescente en un momento histórico dado.

Los derroteros que toma el montaje de la masculinidad durante la transición adolescente, al igual que el resto de las cuestiones ligadas al campo de los ideales y valores, resultan trascendentes porque movilizan profusas y hasta angustiantes polémicas entre los jóvenes, entre los adultos y, especialmente, entre estos y aquellos.

Por esta razón, resulta necesario delinear el contexto en el que se mueven las adolescencias en relación con la transmisión de valores e ideales por parte de las familias de origen, los vínculos extra-familiares, las instituciones y las redes sociales que contribuyen a la conformación de una identidad masculina.

El concepto de trabajo psíquico de la intersubjetividad que desarrolla René Kaës sostiene que los sujetos que pertenecen a un vínculo adquieren en diversas medidas gracias a éste, la aptitud para llevar adelante un conjunto de operaciones psíquicas. De este modo, pueden significar, interpretar, recibir, contener o rechazar, ligar o desligar, transformar y representar(se). Así como también, jugar con objetos, representaciones, emociones y pensamientos que pertenecen a otro sujeto, y que transitan a través de su propio aparato psíquico o que se incluyen en él, por incorporación o introyección, deviniendo en partes enquistadas o integradas que pueden o no quedar en condiciones de ser reutilizadas. 

Como puede apreciarse, el planteo de un trabajo de la intersubjetividad es tributario de la conceptualización de que advenimos al mundo en un espacio relacional que nos contiene, apuntala y modeliza convirtiéndonos en sujetos del inconciente, sujetos del vínculo y sujetos del grupo. Por lo tanto, la vida psíquica se habría de constituir y complejizar en la dinámica de los intercambios que se generen en los vínculos en los que el sujeto participa o se encuentra incluido.

De este modo, resulta a las claras que la transmisión de procesos y contenidos inconscientes de una generación a otra, o bien, entre contemporáneos, quedará englobada en dicho trabajo psíquico. Otro tanto ocurrirá con la transmisión de valores e ideales, ya que ésta seguirá el mismo derrotero que la transmisión de procesos y contenidos inconscientes.

Esta transmisión se produce a través de la labor de las alianzas inconcientes (contrato narcisista, pacto denegativo, pacto narcisista, comunidad de renunciamiento pulsional, comunidad de renegación, etc.), las cuales no sólo garantizan la continuidad de la vida psíquica en la sucesión de las generaciones, sino que también refrendan la hipótesis freudiana de que ninguna generación está en condiciones de ocultar a las subsiguientes sucesos psíquicos que resulten claramente significativos.

En este sentido, si los procesos y contenidos inconscientes no se trasmitieran de una generación a otra, esta última estaría obligada a comenzar su aprendizaje de la vida desde cero. De esta suerte, la transmisión entre generaciones se presenta como una verdadera urgencia a la hora darle un lugar a las exigencias narcisistas de conservación, a la continuidad de la vida psíquica, a las prohibiciones fundamentales y hasta aquello que no se puede mantener, albergar o ligar en el psiquismo de un sujeto o en la dinámica vincular de un conjunto transubjetivo.

Por su parte, la transmisión de valores e ideales en el registro de la conciencia es un proceso que también se plasma tanto entre los miembros de generaciones sucesivas como ente contemporáneos. Este proceso puede apreciarse tanto desde la progresiva socialización en el seno de la familia de origen como por la incidencia de la educación escolar y las pertenencias institucionales. No obstante, los valores e ideales que pueblan el imaginario social de un período histórico dado van a ser difundidos a través de todos los medios que posea dicha sociedad, aún cuando su diversidad colisione entre sí generando conflictos y contradicciones.

Asimismo, cuando una pareja engendra una descendencia surgirá un precipitado de representaciones, emociones y pensamientos que regirá de ahí en más los destinos axiológicos del conjunto. Este proceso de corte netamente inconciente se desplegará en el contexto del imaginario familiar, esa estructura de códigos y significaciones que todo conjunto transubjetivo que adopte el formato de familia produce, establece y trasmite.

Por tanto, cuando la descendencia haga pie en este mundo esa estructura axiológica se hará presente a la hora de la imprescindible suscripción de una nueva alianza inconciente que reestructure y organice la dinámica familiar. Esta alianza, denominada contrato narcisista o identificatorio plantea que cuando un sujeto llega al mundo queda inscrito de manera simultánea en el campo de la vida anímica, en el de la sociedad que lo alberga y en el de la sucesión de las generaciones.

Gracias a la mediación de este contrato se va a atribuir al recién nacido tanto un lugar determinado en el grupo como la asignación de la tarea de velar por la continuidad del mismo. Y, como contraprestación, el conjunto transubjetivo deberá investir narcisísticamente al nuevo integrante, dando significado a su lugar por medio del conjunto de las voces que a través de las generaciones han sostenido un discurso que lleva incorporado los ideales y los valores del mismo.

Es que el sujeto, además de obtener un lugar y una dotación identitaria en el conjunto intersubjetivo que lo trae al mundo se obliga a sostener un legado que lo inviste como el portador de los sueños de los deseos irrealizados, de las represiones, de los renunciamientos y de las fantasías de sus predecesores. Este investimiento deviene efecto directo del trabajo de la intersubjetividad, en tanto y en cuanto el sujeto siempre quedará enlazado a los conjuntos inter y transubjetivos a los que pertenece, o bien, con los que interactúa, mediante vínculos de identificación, de apuntalamiento y de alianzas inconcientes.

Otra función fundamental de este contrato es la de mantener investida una temporalidad que incluya tanto un proyecto como un horizonte de futuro donde este proyecto pueda ser plasmado. Esta temporalidad va a abarcar al conjunto transubjetivo y a sus integrantes en la medida en que se constituyen a la vez en eslabones, servidores, beneficiarios y herederos de aquella suscripción.

Aún así, el contrato narcisista no va a responder solamente a las exigencias derivadas de la auto-conservación del Yo y del conjunto, ya que el trabajo de la intersubjetividad va a imponer al psiquismo de los integrantes otras exigencias, aquellas que con sus demandas habrán de marcar la economía narcisista en el pasaje entre generaciones.

Justamente, estas exigencias son las que se habrán de intensificar durante la transición adolescente. Es que los intentos de articulación entre la posibilidad de ser sólo un fin para sí mismo versus la ciega adecuación al lugar prescripto por el conjunto transubjetivo llevará al sujeto a una situación conflictiva en torno a la configuración de una constelación identitaria marcada por el conjunto de las determinaciones de la herencia.

De este modo, sobre la base de la triple función cumplida por el contrato narcisista (instaurar un origen, establecer una continuidad y, en contraposición a la investidura grupal, asegurar el derecho a ocupar un lugar independiente del veredicto parental), se distinguen dos modalidades de contratación: la originaria y la secundaria. La originaria define un contrato de filiación transgeneracional y está al servicio tanto del conjunto como del sujeto que se integra al mismo.

En cambio, la suscripción del contrato narcisista secundario se constituye en un contrato de afiliación, ya que entra inevitablemente en conflicto con el contrato originario al redistribuir sus investiduras. Es que toda pertenencia ulterior, toda adhesión a otro conjunto, todo cambio en la relación con el grupo primigenio, conduce al replanteo de las estipulaciones del contrato originario. Justamente, esto es lo que va a ocurrir cuando el sujeto comience a establecer nuevos vínculos extra-familiares durante la regencia de la condición adolescente.

De esta suerte, para esta entrada en el mundo de la cultura adulta se solicitará como requisito la presencia activa y conciente del sujeto. Por ende, a partir de la semiautonomía que introduce la condición adolescente, tanto la pareja parental como el hijo que inicia su transbordo imaginario se verán obligados a renovar las investiduras y las incumbencias de sus viejas dotaciones identitarias. Es que la puesta a punto de los nuevos posicionamientos subjetivos deberá incluir un reconocimiento de los cambios físicos y mentales que han sufrido todos los miembros de la familia, ya que el paso del tiempo los habrá afectado y transformado sin excepción.

La configuración familiar resultante de esta segunda signatura contractual va a alcanzar un nuevo equilibrio al situar al joven en un lugar inédito. Es que a partir de ahora tendrá voz y voto en una serie de temas que incumben a su persona, a sus otros significativos y a la propia dinámica familiar. Simultáneamente, su inclusión en el medio cultural adolescente a través de la participación en sus nuevos grupos de pertenencia va a contribuir a desestabilizar la tabla de valores e ideales detentada por el imaginario familiar.

Esto ocurrirá gracias al masivo ingreso de un conjunto de significaciones imaginarias sociales transcriptas por el registro transubjetivo. De este modo, el pasaje de la filiación a la afiliación desatará la escalada de tensiones que conducirá a la constitución del escenario que albergue y sostenga el indispensable enfrentamiento generacional.

Aún así, el imaginario familiar seguirá haciendo su trabajo de sostener y transmitir los valores e ideales del conjunto a contrapelo de la reacción adolescente. Esta transmisión sufrirá a partir de la instalación de la condición adolescente los embates de un cuestionamiento radical, en tanto aquellos que subsistan habrán de coexistir con los nuevos valores e ideales forjados en la fragua de los conjuntos transubjetivos a los que el adolescente se integre y pertenezca y cuyas formaciones y procesos incorporará por apuntalamiento o identificación. En estos grupos se modificarán las formaciones del ideal, las referencias identificatorias, los enunciados míticos, los mecanismos de defensa y parte de la función represiva.

Por su parte, la encrucijada adolescente se encuentra enmarcada y caracterizada por la emergencia de los efectos de una doble crisis. Por un lado, aquella que se desbarranca sobre el mundo interno del sujeto a partir de la metamorfosis física y psíquica a la que se ve arrojado sin un posible retorno. Y, por otro, la que simultáneamente se desencadena sobre el territorio de sus vínculos (amistosos, amorosos, familiares e institucionales).

De este modo, en el contexto del registro intrasubjetivo  el sujeto adolescente se enfrenta a la pérdida de gran parte de las representaciones y afectos que habían poblado la atmósfera de su niñez. Esta pérdida pone en jaque a la mayoría de sus referentes subjetivos infantiles, aquellos con los que había construido su ser y estar en un mundo gobernado por adultos.

A su vez, en el contexto del registro intersubjetivo  se enfrenta con el vacío representacional forjado por la pérdida de los códigos designados y asignados para relacionarse con los otros del vínculo (ya como sujetos de la realidad, ya como objetos de su fantasía). Y, encabalgada entre ambos registros, con las vicisitudes propias de la reorganización de su dimensión pulsional (sus descargas específicas, sus sublimaciones, etc.).

De la misma manera, este conjunto de pérdidas y trasmutaciones también habrá de perturbar de forma contundente el equilibrio tópico, dinámico y económico del registro narcisista, ya que los recursos acuñados por los logros con los que se cimentó su autoestima fueron tributarios de la misma organización representacional y afectiva que caducó en su vigencia con la llegada del adolecer.

Esta crisis por vaciamiento se refleja también en los trabajos de duelo cursados a partir de las cuantiosas pérdidas sufridas (cuerpo infantil, omnipotencia parental, recursos acopiados, etc.), y en sus respectivas reconfiguraciones estructurales y funcionales (reformulación de sus instancias psíquicas, modificación de los lazos de la dependencia material, simbólica y afectiva en relación con los adultos, etc.).

Por tanto, la avidez incorporativa que compensatoriamente despiertan los efectos de este implacable vaciamiento acuñó en la obra de Missenard  la elocuente expresión de urgencia identificatoria. De este modo, este autor intentó definir el proceso que el psiquismo adolescente presenta en su normal anormalidad, tal como lo describen Knobel y Aberastury.

Esta urgencia, sin embargo, no será la única que presentará sus credenciales a la hora de asumir esta crisis. Es que para que pueda plasmarse la recomposición intrasubjetiva que le permita operar al joven en su nueva realidad mediante el proceso de recambios afectivos y representacionales que denomino remodelación identificatoria , es necesario contar con una nueva dinámica de intercambios comandada por la urgencia vinculatoria .

Estas dos urgencias marcarán el ritmo incesante que lleva a los adolescentes a conectarse con sus pares y adultos extra-familiares, los cuales oficiarán como modelos, rivales, objetos y auxiliares en la búsqueda de un lugar en la cultura adulta. Justamente, será esta dinámica de intercambios la que va a precipitar la secuencia de fugaces identidades con las que los adolescentes se manejarán en su larga marcha hacia el desprendimiento material y simbólico de la familia de origen, gracias a la puesta en marcha de un proyecto a futuro y a la construcción de un escenario para el enfrentamiento generacional.

Por tanto, al abandonar la infancia el sujeto habrá de perder no sólo sus recursos sino también la estructura psíquica que laboriosamente construyó, quedando ligado a los desequilibrios con los que lo desafían las remodelaciones de la instancia yoica y del registro narcisista representadas a través de las preguntas “quién soy” y “cuánto valgo”.

Otro tanto habrá de ocurrir con la remodelación del Ideal del Yo a raíz de las modificaciones que sufra la imagen a futuro, representada en este caso con las preguntas “quién quiero ser” y “qué quiero para mí”. Mientras tanto, la Conciencia Moral en su trabajo de resignificar el sentido de la ley paterna se habrá de preguntar “qué es lo que ahora sí puedo hacer” en un nuevo contexto de permisos y transgresiones.

Estas cruciales preguntas no podrían ser contestadas sin la participación del decisivo papel que cumple el registro transubjetivo . Es que la circulación de las significaciones imaginarias sociales en cada momento histórico dicta los códigos societarios y sus respectivos modus operandi. No obstante, dichas significaciones imaginarias sociales que pueblan el éter sociocultural fueron mutando con las considerables transformaciones que se produjeron a partir de mediados del siglo anterior.

Una sucinta enumeración podría incluir la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la revolución sexual, los nuevos roles de la mujer, el estado de bienestar y la sociedad de pleno empleo (con su progresivo desmantelamiento a partir de la caída del Muro de Berlín y del bloque Soviético), la restauración del liberalismo socioeconómico, la juventud como modelo idealizado, el individualismo a ultranza, etc.

Este conjunto significativo de variables desplegadas en el contexto sociocultural planetario habrían de incidir decisivamente en la constitución de la subjetividad de los miembros de las sucesivas generaciones. Es que aunque suene redundante los sujetos se encuentran inexorablemente sujetados a los valores e ideales de su época.

Por su parte, cada generación adolescente va a agruparse en un colectivo que se organizará alrededor de un imaginario propio, de un imaginario adolescente . Este imaginario habrá de regir con el conjunto de sus códigos los modos de interacción de dicha camada, englobando en sí mismo una serie de ideales y valores que sintonizan a contrapelo con el momento histórico en curso en la medida que se apuntalan sobre lo preexistente para desde allí generar un posicionamiento subjetivo de corte diferencial.

Asimismo, la gestación del imaginario adolescente durante la regencia de cada camada juvenil va a dar lugar a la aparición de un conjunto de representaciones que delinearán los imprescindibles contextos de significación y jerarquización  que sustentarán el pensar, el accionar y el sentir de una generación que busca su destino.

De este modo, cada generación adolescente habrá de producir hitos a nivel sociocultural tanto a través de sus propuestas como de sus acciones, algunas de las cuales pueden resultar revulsivas para el statu quo adulto. Esto puede apreciarse en los giros innovadores que toma el lenguaje, en las variantes contestatarias con que enfrentan lo instituido, en las formas que adquieren sus vinculaciones, en las transformaciones que sufre lo estético, en la novedad o la radicalidad que adquieren los intereses en juego, etc.

No obstante, resulta axial aclarar que en una misma generación van a coexistir simultáneamente varios imaginarios adolescentes. Esta situación se origina en la heterogeneidad que porta este colectivo debido a las diferencias sociales, culturales y económicas que presentan los miembros que lo integran, tal como puede observarse en la proliferación de las distintas tribus urbanas y en los fenotipos adolescentes que caracterizan a los diversos estamentos societarios. 

A la sazón, si acordamos con el planteo que sostiene que realidad psíquica y realidad social son dos factores mutuamente irreductibles, podremos quitar el velo que oculta el entramado que da cuenta de la producción conjunta de ambas. De este modo, las significaciones imaginarias sociales que circulan en cada momento histórico tendrán una decidida injerencia en el formato que adopten tanto el imaginario adolescente como sus consecuentes directivas, siendo éstas coetáneas del tránsito por las sucesivas elecciones (vocacionales, amorosas, sexuales, ideológicas, etc.), que demarcan el arduo camino que lleva a la consolidación de una nueva dotación identitaria.

Recíprocamente, en la medida de que cada camada adolescente se convertirá con sus producciones en una indiscutida protagonista a la hora de la construcción de su propio imaginario, el espíritu innovador emanado del mismo pondrá en marcha una dinámica cultural que insuflará nuevos aires en el seno de la sociedad que le tocó en suerte.

De esta manera, en cada generación adolescente existirá la posibilidad de que emerjan movimientos de vanguardia (política, artística, intelectual, tecnológica, etc.), que a través de su pensamiento y su accionar puedan influir y modificar tanto su propio rumbo como el de la cultura a la que pertenecen y en la que ejercen su despliegue.

Los destinos de estas vanguardias son divergentes, ya que pueden quedar archivadas por su falta de repercusión o por su eventual fracaso, o bien, sus banderas puede uniformar a gran parte del colectivo masificándolo en un posicionamiento determinado (contestatario, participativo, consumista, etc.). Asimismo, su impronta creativa, ya sea grupal o individual, puede trascender hacia las generaciones siguientes marcando una tendencia o deviniendo en un modelo clásico .

Por tanto, para pesquisar como se produce la reformulación, o bien, la creación de valores e ideales durante la adolescencia resulta imprescindible prestar atención a la secuencia que se establece entre el desmantelamiento y el posterior recambio representacional y afectivo que se inicia con la puesta en marcha del proceso que conduce la remodelación identificatoria.

Las nuevas representaciones que la instancia yoica habrá de forjar de sí misma van a estar sostenidas y referidas por el constante proceso de configuración y reconfiguración que se lleva a cabo en torno a las temáticas ligadas a imagen y recursos. Estas habrán de sufrir una permanente actualización a partir de las señales emitidas por las dos grandes vertientes de judicación y adjudicación de valor: las que provienen del interior del propio sujeto y las que se originan en el ámbito poblado por los otros del vínculo.

De este modo, la construcción de un nuevo montaje identitario a expensas de la operatoria de la remodelación identificatoria va a implicar la puesta en juego de una dinámica donde aquello que se adquiere sólo se obtiene a cambio de algo que se pierde. Esta sucesión de relevos y recambios representacionales y afectivos produce al interior del psiquismo un movimiento de refundación que abarca tanto a la jurisdicción del Yo como a la del narcisismo.

Estas refundaciones se llevan a cabo incorporando junto a las nuevas significaciones los remanentes de las viejas que no hubieran caído en desuso. No obstante, la onda expansiva resultante de estos relevos y recambios no va a quedar circunscrita sólo a estas dos jurisdicciones, ya que el Superyó y sus subestructuras van a sufrir a su modo y en su medida las alternativas propias de aquel procesamiento.

Justamente, la irrupción puberal con el aporte de sus cantidades va a promover el descongelamiento de la libido sexual, que de esta forma abandonará la fase de latencia para quedar bajo la primacía de la fase genital. El trastrocamiento producido en los registros intrasubjetivo e intersubjetivo que trae aparejada esta irrupción va a afectar las condiciones bajo las cuales se ponen en marcha y se ejecutan las operatorias de la represión.

Asimismo, este trastrocamiento implicará el despliegue de un trabajo psíquico y vincular de reposicionamiento y reconfiguración a cargo del sujeto adolescente y de sus otros significativos, el cual girará en torno al compendio de los códigos y normativas que históricamente rigieron los destinos del imaginario familiar. Es, justamente, aquí donde entra en juego la instancia superyoica, en tanto las modificaciones en curso van a afectar sus fundamentos estructurales, su dinámica de intercambios y su ecuación económica. 

Por otra parte, el progresivo desasimiento de la autoridad parental también se encuentra en consonancia con la búsqueda de nuevos espacios de experimentación dentro y fuera del hogar. Por esta razón, se torna indispensable no sólo el reposicionamiento y la reconfiguración respecto del conjunto de los códigos y normativas vigentes, sino también del campo de los ideales que lo suministró.

Este campo activamente sostenido por los adultos, y que hasta el momento resultaba prácticamente hegemónico en su primacía, se verá tan duramente cuestionado como sus propios mentores o portadores. Este cuestionamiento, que contará con un andamiaje foráneo al imaginario familiar, se apoyará en la persistente avalancha de ideas, valores, modelos, actitudes y conductas infiltradas a contrapelo por el propio adolescente.

En este sentido, los estratégicos reposicionamientos dentro de la propia instancia superyoica obligarán a forjar un nuevo balance de fuerzas en relación con las otras instancias y con la realidad exterior. Asimismo, las profundas transformaciones e innovaciones en la dinámica familiar y social redefinirán las formas de intercambio y vinculación entre el adolescente, los otros del vínculo y su medio circundante. Otro tanto ocurrirá con los aportes cuestionadores y enriquecedores introducidos por el registro transubjetivo, que contribuirán a forjar una nueva síntesis cultural que el sujeto adolescente portará tanto dentro del ámbito de la familia como extramuros.

Este proceso, que colma de alteraciones a las jurisdicciones yoica y superyoica, se apoya en el trabajo deconstructivo que realiza la operatoria de la desidentificación en el marco de la remodelación identificatoria a partir del relevamiento y reemplazo de las viejas representaciones por otras nuevas. En el caso de esta última jurisdicción las nuevas representaciones no habrán de surgir de las producciones originadas en el Superyó que portan los miembros de la pareja parental, tal como ocurrió en la primera modelización identificatoria de esta instancia. Esto se debe a que durante “el curso del desarrollo, el Superyó cobra, además, los influjos de aquellas personas que han pasado a ocupar el lugar de los padres vale decir, educadores, maestros, arquetipos ideales.” .

Y, si bien, estos influjos comienzan a capitalizarse a posteriori del sepultamiento edípico, la nueva modelización se va a completar sobre la base de las representaciones incorporadas en ocasión de la intensa porosidad identificatoria que instituye la condición adolescente. De este modo, este poderoso influjo que aportan los otros del vínculo con sus modelos de pensamiento y acción ejerce sobre el Ideal del Yo de los adolescentes la presión necesaria y suficiente para activar el trabajo de las urgencias identificatoria y vinculatoria.

A este influjo debemos sumar el constante repiqueteo de las significaciones imaginarias sociales que circulan por la cultura de la época, cuyas ideas y valores contribuirán a engrosar aquella presión. De este modo, se abrirá paso la sucesión de representaciones que van a contribuir en el proceso de reformulación de los ideales y valores.

Por consiguiente, la revisión de las normas y los códigos adquiridos durante la infancia, a la luz de las demandas pulsionales que emergen con la revolución hormonal y el desasimiento progresivo de la autoridad parental, inaugurará un nuevo campo de límites y permisos, imprescindible para poder moverse, explorar, construirse un criterio, delinear una tabla de valores e imantar la brújula de los proyectos con el magnetismo de la libertad de elección.

De esta forma, la reformulación de las instancias ideales requiere para su desarrollo contar no sólo con el aporte de los modelos emergentes de las nuevas vinculaciones (relación psicoterapéutica incluida), sino también de aquellos que provienen del registro transubjetivo.

Esta suerte de infiltración terminará por precipitar la constitución de una síntesis renovadora, que devenida en ideario personal pondrá distancia de los dictados trasmitidos por la tradición familiar y social. En este mismo sentido, las flamantes normas e ideales que habrán de reorientar tanto las descargas específicas como las sublimaciones nos introducirán de lleno en el tema de la ley, en tanto ésta pierde la inmanencia detentada por lo parental para dar paso a la escritura de un nuevo decálogo de mandamientos albergados bajo el cielo protector de un nuevo engarce simbólico.

Idea, ideal e ideología cuentan con la misma raíz etimológica. La fluidez con la que estos significantes se retroalimentan en el campo sociocultural resulta comparable a la que se establece a nivel del psiquismo adolescente. Allí la dinámica de sus permanentes reformulaciones describe con precisión el hervidero en el que ese psiquismo se desenvuelve a lo largo de su transición. La ávida incorporación de significaciones, su metabolización, utilización y recambio marcan una necesidad y un curso de acción para este psiquismo en permanente construcción.

Es que el forjado de una nueva identidad requiere de un montaje idiosincrático que de cuenta de cómo el sujeto va quedando posicionado, casi en tiempo real, respecto del mundo, de los otros del vínculo y de sí mismo. Este montaje va a ser tributario del accionar del imaginario adolescente el cual, tal como lo atestigua la zigzagueante órbita del Planeta Adolescente, va a incidir en su permanente mutación.

Asimismo, el imaginario adolescente puede funcionar como una lupa que amplía, a veces de manera brutal, el ideario que se halla en cocción en el horno societario. Estas corrientes de ideación, en tanto proveedoras de roles y posicionamientos subjetivos, pueden ser capturadas por dicho imaginario y reconvertidas a los fines adolescentes en consonancia o disonancia con los intereses en juego de la franja adulta.

De este modo, los modelos que emanan tanto de los imaginarios familiares como de los institucionales van a determinar los roles y los posicionamientos subjetivos disponibles para desempeñarse en las correspondientes dinámicas vinculares. No obstante, estos imaginarios no sólo asignan roles y funciones sino que también esculpen la tabla de valores con la que sus miembros habrán de orientar sus pensamientos, emociones y acciones.

Es que vínculo, familia e institución portan y soportan sus propios idearios, obligando a sus integrantes a redoblar sus movimientos elaborativos para evitar caer presa de ideologías (o bien, de idologías), sin fisuras ni cuestionamientos. Por tanto, el largo camino hacia la configuración de una identidad entraña la imperiosa necesidad de contar con un andamiaje ideológico y valorativo que indique el camino a tomar, más allá de las estribaciones de una tutela simbólica (parental, institucional, cultural), que con la inercia de lo instituido insistirá con sus creencias, mandatos y delegaciones.

De esta suerte, la masculinidad como referente y precipitado identificatorio va a abrevar en el contexto axiológico en el cual se haya formado el adolescente. Este contexto va a incluir los designios del imaginario familiar (con su atribución y distribución de roles y posicionamientos subjetivos), las prescripciones del imaginario adolescente, los aportes de los vínculos extra-familiares, las determinaciones institucionales, las infiltraciones mediáticas y el bombardeo de las redes sociales.

Por tanto, la masculinidad adolescente resulta una sinergia entre el legado y el constructo derivado de la circulación de las significaciones imaginarias sociales de turno. Esta transacción al investirse de una complejidad singular nos obliga a hablar de masculinidades. No obstante, el encuentro entre legado y construcción va a generar una ineludible dimensión de conflicto que puede llegar incluso al nivel de un choque de frente.

En cualquiera de los casos las vicisitudes de esta conflictiva, más allá de que deberá elaborarse en el contexto del enfrentamiento generacional y el desprendimiento material y simbólico de la familia de origen, habrá de recaer sobre el sentimiento de estima de sí del sujeto adolescente.

Nos encontramos, en consecuencia, con las peripecias que sufre la autoestima a la hora de la configuración de los montajes identitarios de la masculinidad. Es que en el ida y vuelta representacional entre los registros intrasubjetivo e intersubjetivo se fueron cincelando las determinaciones provenientes del contexto axiológico donde se forjaron las referencias identificatorias que contribuyeron a la construcción del ideal masculino.

No obstante, este ideal se verá cuestionado por la andanada de modelos provenientes de los vínculos y sus estribaciones (varones asociados a esos vínculos, como por ejemplo padres de amigos, profesores, etc.), que integre el adolescente. Asimismo, el cuestionamiento también provendrá de los modelos que circulen por las instituciones que transite (escuelas, universidades, clubes, etc.), por los referentes que circulan por los medios (músicos, actores, políticos, etc.), y por las producciones que pueblan las redes sociales.

Todos estos modelos y referentes se convertirán en un rasero donde el adolescente medirá sus fuerzas, capacidades, recursos y habilidades con el previsible resultado de una fantaseada performance negativa. Estas comparaciones podrán tomar el camino de un desafío hacia la superación, o bien, arrastrarlo hacia los infiernos de la incapacidad.

De esta manera, las innumerables incapacidades fantaseadas o anticipadas que atormentan al psiquismo del varón adolescente se despliegan centralmente en el territorio de los logros y las conquistas. Es que la falta de garantías de éxito mina con su insidiosa duda la performance de aquellos que incluso resultan admirados o envidiados por sus proezas deportivas, intelectuales o amorosas.

Es, justamente, en estos tres campos donde se libran las batallas más sangrientas para preservar los equilibrios que procura la autoestima, ya que cuerpo y alma quedarán plenamente involucrados en esta problemática en función de las aspiraciones que ostente cada sujeto.

Ser el elegido, ser el mejor, subir al podio del admirado y conseguir el amor de los otros del vínculo devienen en fuentes inestimables de valoración narcisista. Y, aunque cada una de estas fuentes cuente en cada caso con un gradiente de tonalidades, ningún adolescente escapará de la pesada carga que significa la ausencia o la pérdida de dicha valoración.

Por tanto, la idealización en la que se apuntala el adolescente en sus versiones de canchero, ganador o soberbio no hace más que confirmar que su sobrevaluado narcisismo, junto con su consecuente inflación yoica, son los efímeros recursos que implementa para sobrevivir en la jungla de la condición adolescente a costa de la devaluación ajena. En la mayoría de los casos se comprueba, aún contra todos los pronósticos, que la estrella de estos ganadores juveniles pierde totalmente su brillo cuando devienen adultos.

En este sentido, y a la manera del mítico viaje del héroe, todas las hazañas que los adolescentes varones fantasean para sí mismos provienen de la necesidad de reconocimiento y admiración tanto por parte de los adultos como de sus pares. Estas hazañas en el campo deportivo, intelectual o de la conquista amorosa llenarán los conocidos diálogos de vestuario donde se juega la valoración a través de la apuesta a la solvencia fálica, solvencia que no siempre se compadece con la realidad material.

Por lo tanto, a la hora de enfrentar estos desafíos es cuando surge el personaje del enemigo íntimo encarnado en los típicos latiguillos “no puedo” o “no voy a poder”. El ruidoso accionar de este personaje va a alertar a las fuerzas defensivas para que funjan como una suerte de escudo que impida la laceración de un narcisismo cuya endeblez sentencia al sujeto a dolores y humillaciones que pueden no tener retorno. Es que enfrentarse al rechazo, a la descalificación, a la burla, al desdén configura un escenario al que nadie está dispuesto a exponerse.

A la sazón, el “no puedo” o el “no soy capaz de lograrlo” van a resultar funcionales al temor (cuando no al terror), de que con los recursos con que cuentan no puedan alcanzar las metas anheladas. Este temor puede surgir tanto de experiencias de rechazo concreto como de una convicción interna que condiciona cualquier movimiento y que, por ende, a la manera de la crónica de un fracaso anunciado anticipa el final de la partida.

La caída de la autoestima a raíz de las inseguridades en juego puede evitarse con el expediente de ideologizar la masculinidad convirtiéndola en una versión machista. Por medio de esta suerte de sobreactuación masculina se intenta establecer un equilibrio interno a partir de una fantasía de debilidad o de incapacidad, o bien, de restablecer un equilibrio perdido a raíz de algún tipo de omisión o de falla.

Otra opción a la hora de sostener o realzar una autoestima en riesgo o escorada reside en los desafíos que se desarrollan entre varones para demostrar frente a propios y extraños una superioridad fálica. Estos desafíos, impregnados en mayor o menor medida de una tonalidad tanática, pueden apreciarse a través de un hilo conductor en distintos momentos históricos. La cinematografía los viene retratando desde Rebelde sin causa, aquel film que inauguró la problemática adolescente en la pantalla gigante.

Los diversos fenotipos masculinos que se despliegan a lo largo de la transición adolescente no van a persistir necesariamente indelebles, podrán evolucionar en la medida que el trabajo interno en torno a la elaboración de una identidad permita superar las trabas que imponen los designios de una cultura patriarcal.

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Cao, Marcelo Luis (2013): Desventuras de la Autoestima Adolescente. Hacia una Clínica del Enemigo Intimo. Windú Editores. Buenos Aires, 2013.

Castoriadis, Cornelius (1975): La institución imaginaria de la sociedad. Tusquets. Barcelona, 1989.

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Missenard, Andre (1971): “Identificación y proceso grupal”. El trabajo psicoanalítico en los pequeños grupos. Siglo XXI. México, 1972.

Resúmenes

Identidades Masculinas. La Resignificación Adolescente

A lo largo de la transición adolescente se produce una resignifcación de los referentes que dan cuenta del proceso por el cual se va configurando la identidad masculina. Esto se produce en el marco de lo trasmitido por la familia y las instituciones y lo adquirido por cuenta propia. Por tanto, la masculinidad adolescente resulta una sinergia entre el legado y la apropiación de algunas de las significaciones imaginarias sociales a través del imaginario adolescente. Debido a su singular complejidad esta transacción nos obliga a hablar de masculinidades.

Transición Adolescente – Resignficación – Masculinidades – Imaginario Adolescente – Transmisión Generacional

Masculine Identities. The Teenagers´ Resignification.

Along the teenagers´ transition a resignification is going to be produce with the referents who realize the process by the masculine Identitie is being configured. This occurs in the frame of the trasmissions that the family and the institutions make and that the teenager acquired on their own. So, the teenager masculinity results a synergy between the legacy and the appropriation of some social imaginary meanings trough the teenager imaginary. Due your singular complexity this transaction forces us to talk abaut masculinities.

Teenagers´ transition – Resignification – Masculinities – Teenager imaginary – Generational trasmission

Identités Maculines. La Resignification Adolescent.

Dans la transition adolescent se produit une resignification des référents qui réalisent du processus pour lequel est en cours de configuration la identité masculin. Cela se produit dans le cadre de la transmission pour la famille et las institutions et acquis par l´adolescent lui-même. Pourtant, la masculinité adolescent il s’avère une synergie entre l´héritage et la appropriation de certains significations imaginaires sociales à travers du imaginaire adolescent. En raison de son singulier complexité cette transaction nos oblige a parler des masculinités.

Transition adolescent – Resignification Adolescent – Masculinités – Imaginaire adolescent – Transmission générationnel

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