Piera Aulagnier:
Aportes para una Teoria del Conocimiento.

I know what I know
I know what I know
Paul Simon


En el capítulo primero de la Violencia de la Interpretación Piera Aulagnier hace un aporte decisivo para delinear una teoría del conocimiento desde una óptica psicoanalítica. La actividad de representación es la pieza maestra de este enfoque que anuda viejas inquietudes de la filosofía con los desarrollos que el mismo Freud inició y que fueron continuados a lo largo del siglo por otros psicoanalistas.

Para tomar un punto de vista filosófico nos remitiremos a Kant. Este distinguía una filosofía en el sentido académico y una en el sentido cósmico. Esta última era caracterizada como la ciencia de los fines últimos de la razón humana y su campo podía ser delimitado por cuatro preguntas: 1) ¿Qué puedo saber? 2) ¿Qué debo hacer? 3) ¿Qué me cabe esperar? 4) ¿Qué es el hombre? Siempre, según Kant, a la primera pregunta la respondería la metafísica, a la segunda la moral, a la tercera la religión y a la cuarta la antropología.

Mucho tiempo después y con relación a estas preguntas Heidegger habría de plantear que desde la visión kantiana las tres primeras apuntan a la finitud del hombre, ya que se enmarcan en un no poder, en una limitación. Sin embargo, lo nodal del enfoque de Heidegger es que a partir del momento en que soy conciente de que puedo tener acceso a un saber limitado estoy en condiciones de preguntarme qué es lo que puedo saber. Lo que está en juego entonces no es solamente mi finitud, sino también mi participación concreta en el conocimiento de lo que es posible saber.

Piera Aulagnier retoma el espíritu de estos planteos delineando ya no desde la metafísica sino desde la metapsicología una conceptualización que articula la estructuración psíquica con la forma de aprehensión del conocimiento. En primer lugar, agrega a los procesos primario y secundario desarrollados por Freud un tercer modo de funcionamiento o de metabolización: el proceso originario.

Luego, plantea que estos tres procesos o espacios diferentes poseen relaciones no homólogas entre sí, por lo que los objetos psíquicos producidos por cada uno son también tan heterogéneos entre sí como sus respectivas estructuras.

En tercer lugar, los objetos del mundo físico y del psíquico que el Yo intenta conocer y de los que nunca sabrá más que la representación que se forje de ellos, son metabolizados de acuerdo al funcionamiento de cada estructura, generándose así solamente una representación por cada registro.

Por último, cada sistema representará al objeto de modo tal que su estructura se convierta en idéntica a la del representante, de modo que toda representación del objeto es a la vez representación de la instancia que lo representa.

Por lo tanto, si la actividad de representación implica metabolizar un elemento de naturaleza heterogénea, convirtiéndolo en homogéneo a la estructura de cada proceso o registro (pictográfico, primario, secundario), esto implica que lo que puede saberse quedará enmarcado en las leyes que determinan el funcionamiento de cada uno de los tres sistemas.

De este modo, el trabajo del Yo será forjar una imagen del mundo en el que está inmerso que sea coherente con su propia estructura, por lo que el Yo, al decir de Aulagnier, no será más que el saber del Yo sobre el Yo. Y, yendo un paso más allá, la realidad del mundo no será más que el conjunto de las definiciones que acerca de ella propone el discurso cultural, o sea, otro conjunto de representaciones.

Estas definiciones demarcan el perímetro de aquella vieja pregunta kantiana acerca de qué es lo que se puede conocer, basándose en otra de sus conceptualizaciones, me refiero al noúmeno. Es decir, aquello del objeto que se presentará como imposible de ser conocido. La estructuración del psiquismo genera una clausura acerca de la aprehensión de la realidad de la misma manera que la estructura de cualquier instrumento define su campo de aplicación, como por ejemplo ocurre en el terreno de la óptica con el telescopio y el microscopio.

Lo que puede ser conocido lo será de acuerdo a la morfología del registro en el cual sea representado, dando por sentado que conocimiento es representación (aún cuando se establezca una relación entre diversas representaciones, se producirá una nueva representación). Esta situación conlleva la imposibilidad de conocer la totalidad del universo de los objetos y del mundo, ya que lo que no pueda ser representable por este registro no entrará dentro del campo de lo cognoscible. Este giro acerca los desarrollos de Aulagnier a los de Lacan, su viejo maestro, en relación con el concepto de lo real.

Por otra parte, lo que puede ser conocido se halla indisolublemente imbricado en la vinculación con el otro, en ocasión de cada encuentro. Es por esta razón que cada uno de los tres procesos se va a ir estructurando de acuerdo a la necesidad que se le impone a la psique de conocer una propiedad del objeto, propiedad que el proceso inmediatamente anterior estaba obligado a ignorar. Esta conceptualización es tributaria de las ideas que Freud desarrolla en la carta 52.

Allí plantea la idea de un psiquismo conformado por una serie de sistemas con reglas de funcionamiento propias que se relacionan entre sí por el pasaje de representaciones de uno hacia otro. Sin embargo, cada sistema acepta el paso aduanero de representaciones de otro sistema solamente en la medida que se produzca una transcripción, o sea, que dicha representación adopte el formato del sistema al cual pugna por ingresar.

Esta idea de adoptar la forma del registro al que se quiere ingresar, o dicho de otra forma, en el cual es necesario estar representado, nos remite nuevamente a la afirmación acerca de que lo representado y el sistema que representa son homólogos. Esta idea la reencontramos transcripta en aquella frase/slogan que acuñó Marshall McLuhan a partir de sus trabajos dentro campo de la comunicación y que dio la vuelta al mundo haciendo famoso a su autor: “el medio es el mensaje”.

Continente y contenido, sistema y representación, sujeto y objeto (como en la teoría estructural de Piaget), identificante e identificado son términos que surgen y se constituyen al unísono en un encuentro fundante con el otro. Dimensión vincular que siembra de sentido los futuros encuentros, tan exigentes y enriquecedores como el primero y que traccionan hacia una complejización del psiquismo a través de la incesante actividad representacional a la que estamos condenados. Quizá, por esta misma razón, debiéramos pensar en agregar a la elocuente caracterización del sujeto como aprendiz de historiador la de aprendiz de filósofo.

Bibliografía

Aulagnier, Piera (1975): La Violencia de la Interpretación. Amorrortu. Buenos Aires, 1988.

Aulagnier, Piera (1984): El Aprendiz de Historiador y el Maestro Brujo. Amorrortu. Buenos Aires, 1986.

Buber, Martin (1942): ¿Qué Es el hombre? Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1979.

Freud, Sigmund: Obras Completas. Amorrortu. Buenos Aires, 1979.

Hornstein, Luis / Rother de Hornstein, María Cristina / Otros (1991): Cuerpo, Historia, Interpretación. Paidós. Buenos Aires, 1991.

Mcluhan, Marshall (1964): Comprender los Medios de Comunicación. Paidós. Barcelona, 1996.

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