Dispositivos multipersonales en clínica con adolescentes.
Pueden venir cuantos quieran
que serán tratados bien
Los que estén en el camino
bienvenidos al tren
Charly García
El abordaje de la problemática adolescente ha sufrido profundas transformaciones en el largo camino hacia el reconocimiento de su especificidad. Alcanzaría con recordar que la denominación, aún vigente, que se les dio a los servicios hospitalarios que se ocupaban de este abordaje fue la de infanto-juveniles. Esta indiscriminación fundante basada en un criterio evolutivo donde la adolescencia continuaría a la niñez y a la pubertad a la manera de las estaciones de tren contribuyó al velamiento parcial de las características que determinaban tanto ayer como hoy la condición adolescente, características que justifican la multiplicidad de estrategias y dispositivos que es menester implementar en nuestra tarea clínica.
Las diversas estrategias de abordaje en la clínica con adolescentes son tributarias de los dispositivos con los que contamos para enmarcar las demandas de consulta y/o tratamiento de acuerdo a la necesidad de cada caso. Es en este sentido que quiero desarrollar en esta exposición las posibilidades elaborativas que brindan los dispositivos multipersonales que abarcan tanto los encuadres familiares, vinculares (madre-hijo, padre-hijo, hermanos), como los de la pareja parental.
La introducción de esta temática nos lleva directamente a replantearnos el problema de la indicación. ¿Cada vez que alguno de los padres o el mismo adolescente solicita tratamiento debemos concederlo automáticamente? O sea, ¿debemos aceptar la demanda tal cual como ésta se presenta o gestar un compás de espera donde evaluar su pertinencia y deslindar la posibilidad de la existencia de un miembro designado?
A manera de ejemplo, remontémonos un siglo atrás al caso de aquella adolescente traída a la rastra por su padre y cuyo fracasado tratamiento dio origen a la conceptualización de la transferencia. Dora es un clásico del psicoanálisis por el análisis de sus sueños, por el plantón que le dedica a Freud, y por un despliegue transferencial complejo, ya que a diferencia de otras histéricas de la época no fantaseaba con un adulto que la cortejara sino que esto era lo efectivamente ocurría, y para más datos con el marido de la amante de su padre.
La indicación de un tratamiento con el dispositivo ideado para los adultos neuróticos no resultó fructífera, en primer lugar porque no concurría por su voluntad, y luego porque era la emergente (portasíntoma, Kaës dixit) de una dinámica familiar basada en una comunidad de desmentida. Su madre renegaba de la infidelidad de su esposo ocultándose detrás de una “psicosis de ama de casa”, y el padre no dudaba en entregar a su hija primero al Sr. K y luego al Sr. F a cambio de comprar tiempo y espacio para su doble vida.
Por su parte, Dora era una típica adolescente confundida entre Edipo y Narciso, y por lo tanto imposibilitada de resolver la situación que la envolvía. Que Freud procure ponerla en buen camino haciendo caso omiso de su denuncia acerca del Sr. K, tal como solicitara el padre, compromete tanto al conjunto familiar que la designa como enferma como al propio analista que queda atrapado en el entramado transferencial.
Por lo tanto, los interrogantes que asedian la clínica con adolescentes cada vez que alguien formula una demanda de tratamiento son primero a quién citar y luego con quién trabajar. Sin embargo, mientras el dispositivo de la cura detentó una hegemonía absoluta, el adolescente ocupó el lugar de más-que-niño o menos-que-adulto, y los abordajes vinculares no existían o tenían mala prensa no había mucho que preguntarse. No obstante, la complejidad clínica de numerosos casos comenzó a traccionar a los consultorios a padres y hermanos con el ánimo de poder abordar las diversas problemáticas con más elementos y en otros contextos de elaboración, ya que la condición de portapalabra o de portasíntoma implicaba que el conflicto a desanudar excedía la problemática individual. De esta forma, la conveniencia de indicar un tratamiento vincular o familiar apunta a descentrar al joven de la conflictiva con la que carga y hacerla circular entre el resto de sus familiares. Esto permite explorar en materiales que de otra forma no harían aparición o demorarían mucho en hacerlo, o bien, encarar la emergencia de situaciones críticas.
Es así como hicieron su ingreso los dispositivos multipersonales en la tarea clínica con adolescentes. Su importancia se funda en el papel imprescindible que cumplen los otros en la constitución de la subjetividad. Como es bien sabido, estos otros fueron los signatarios del primer contrato narcisista, así también como las apoyaturas en los diversos y numerosos apuntalamientos que requirió la progresiva estructuración del aparato psíquico del joven. Este doble papel como apoyatura en el plano de la realidad y como objetos internos en el plano de la fantasía, resulta definitorio en el proceso de reestructuración del psiquismo que se produce durante la adolescencia, ya que el trabajo de la intersubjetividad que inauguró la vida psíquica del sujeto en aquel encuentro inaugural no actúa de una vez y para siempre, sino que es convocado reiteradamente en las diversas oportunidades en que la presencia de los otros sea nuevamente imprescindible como lo es en el momento de la crisis, ruptura y superación que cursa la transición adolescente.
Este proceso de reestructuración del psiquismo que está comandado por la remodelación identificatoria sólo puede ser metabolizado en el sostén que brinda una red psíquica intersubjetiva. Esta red está conformada por el conjunto de apuntalamientos que se establecen con los otros y que van a alimentar las dimensiones intra, inter y transubjetivas del psiquismo adolescente. Como puede observarse, este procesamiento no podría realizarse sin la participación de aquellos que los rodean, tanto en su carácter de objetos, de enemigos, de auxiliares, o de modelos. Por esta razón, los otros deben garantizar con su presencia y su accionar, aún con las fallas que puedan emanar de su función, que la demanda de apuntalamiento que los jóvenes requieren para poder transitar esta crisis vital sea correspondida.
El trabajo de la intersubjetividad en la clínica con adolescentes se constituye en la herramienta que permite catalizar las dificultades que se presentan en esta transición. Apunta a propiciar y sostener la remodelación identificatoria, a acometer el intento de restañar las fallas en la inscripción de ciertas redes de significantes, a crear las condiciones para el desprendimiento en las familias que no las generan, y a abordar las patologías que se presentan a raíz del entrecruzamiento de estos u otros factores.
Las posibilidades que brinda un encuadre bipersonal no siempre son suficientes para emprender con éxito esta tarea, es por eso que la presencia de los otros en el espacio clínico donde se trabaja en la reestructuración del psiquismo adolescente se puede transformar en una cuestión ineludible, si la situación por la que el joven transita presenta una fragilidad que requiere de una operatoria de apuntalamiento en vivo y en directo. De este modo, los otros resultan imprescindibles tanto para intentar un reentramado en zonas del psiquismo donde se hubieran producido fallas en la inscripción significante, como para propiciar las condiciones en las que adultos y adolescentes puedan ir delimitando el campo donde tramitar la dificultosa temática del desprendimiento.
En estos casos, el trabajo con dispositivos multipersonales posee una doble ventaja. Por una parte, produce modificaciones en la configuración y dinámica del vínculo, por otra, pilotea las modificaciones que se forjarán en las representaciones intrapsíquicas que del mismo tienen aquellos que lo integran. De este modo, la posibilidad de que se produzcan estas modificaciones, tanto las que van a permitir el reposicionamiento de los sujetos dentro del vínculo, como las que apunten a la reorganización de la economía de las investiduras libidinales (ya sean las del registro narcisista, ya las del objetal), se sustenta en la ya mencionada red psíquica intersubjetiva.
Las nuevas conceptualizaciones teóricas derivadas de la introducción y de la puesta en trabajo de los dispositivos multipersonales generan tanto movimientos de reacomodación como de inauguración de nuevas dimensiones dentro del corpus psicoanalítico. La tesis que plantea la estructuración de la psique en el campo de la intersubjetividad define que cada psiquismo va estar constituido por “lugares, procesos e intercambios que contienen, incorporan o introyectan formaciones psíquicas de más-de-un-otro en una red de huellas, sellos, marcas, vestigios, emblemas, signos, significantes, que el sujeto hereda, que recibe en depósito, que enquista, transforma y trasmite” (Kaës, R. 1993 pág. 352). El acuerdo con este planteo nos invita a darle un espacio central a la dimensión vincular que portan las producciones discursivas individuales, parafraseando a Freud, así como toda psicología es en el fondo psicología social, todo discurso singular es en el fondo coral.
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