Nuevas Orbitas del Planeta Adolescente

I’m looking through you, ¿where did you go?
I thought I knew you, ¿what did I know?
You don’t look different, but you have changed
I’m looking through you, you’re not the same
Lennon&McCartney ( )


En mi ensayo titulado Planeta Adolescente desarrollé una comparación metafórica entre el colectivo que reúne a la franja juvenil que se encuentra en tránsito y dicha expresión astronómica, en tanto los astrónomos de la antigua Grecia utilizaron este vocablo cuyo significado es errante. Con lo cual la noción de planeta se encuentra ligada de manera indeleble a la condición de viajero. 

Por tanto, la equiparación entre planeta y adolescencia se hace posible gracias a que este escurridizo fenómeno deambula por el campo societario a la manera de un eterno vagabundo (precisamente así se traduce la expresión rolling stone), debido al curso cambiante que van adoptando sus itinerarios.

El entrecruzamiento de variables que influyen, condicionan y determinan los sucesos que se despliegan en sus latitudes nos obliga a internarnos en un abordaje de enfoques múltiples. Pensar al adolescente escindido de su realidad familiar, social, histórica y cultural para centrarse sólo en las reformulaciones de su psiquismo puede desviar el enfoque hacia lo psicopatológico. Por tanto, es axial que no nos quedemos anclados en una visión única (sea metapsicológica, sociológica, histórica, biológica, etc.), ya que la adolescencia se imbrica y encabalga en estos registros sin que ninguno la abarque totalmente.

La adolescencia entró en escena con la puesta en marcha de la Revolución Industrial. La llegada del maquinismo con su ruptura sobre los órdenes sociales establecidos dio lugar a un cambio en los usos y costumbres con su inevitable repercusión en el campo deontológico. Quedó así implantado un nuevo contrato social para el que habrá que adaptarse, preparándose e instruyéndose para ocupar los nuevos puestos laborales dentro del reluciente aparato productivo creado por la primera revolución tecnológica a escala masiva de la historia.

De este modo, el colectivo adolescente ocupó el lugar que dejaran vacante los milenarios ritos de iniciación. No obstante, este lugar no habría de conservar su clásica configuración, sino que vio trasmutada su espacialidad puntual en una amplia dimensión temporal que habría de cobijar a un grupo de sujetos alistados en la categoría de pasajeros en tránsito. Por tanto, el rito de iniciación fue reemplazado por el conjunto de iniciaciones rituales marcadas por el grupo de pertenencia y la cultura epocal: ingesta programada de alcohol y drogas, debut sexual, tatuajes, viajes de fin de estudios, vacaciones con pares, etc.

Por su parte, este colectivo tuvo durante décadas un muy relativo peso en el campo sociocultural. Sólo su presencia se tornó conmocionante cuando estos pasajeros en tránsito encontraron una referencia para pensarse a sí mismos. Y fue la imagen cinematográfica la que otorgó la posibilidad de verse en y a través del sesgo de unos ojos ajenos para poder así capturarse y ser capturados en una representación que de ahí en más entraría en comercio asociativo.  

La legitimación cinematográfica del fenómeno adolescente y de su rebeldía se hizo extensiva a los dolientes protagonistas que actuaban por fuera de la ficción de la pantalla. Esto generó un incremento en la postura opositora y crítica hacia el mundo de los adultos, ya que el creciente agrupamiento identificatorio derivó en la creación de una emblemática propia para un colectivo que está buscando una identidad, que no tiene otra definición que la de estar indefinidos.

De este modo, durante la regencia de cada camada juvenil se gestará, en el marco de la dinámica establecida entre estas bases interactivas, la construcción de un imaginario adolescente. Es decir, un conjunto de representaciones que otorgará los imprescindibles contextos de significación y jerarquización al pensar, al accionar y al sentir de una generación que busca su destino.

A la sazón, si acordamos con el planteo que sostiene que realidad psíquica y realidad social son dos factores mutuamente irreductibles, podremos develar el entramado que da cuenta de la producción conjunta de ambas. Así, las significaciones imaginarias sociales que circulan en cada momento histórico tendrán una decidida injerencia en el formato que adopten tanto el imaginario adolescente como sus consecuentes directivas, siendo éstas coetáneas del tránsito por las sucesivas elecciones (vocacionales, amorosas, sexuales, ideológicas, etc.), que demarcan el arduo camino que lleva a la consolidación de una nueva dotación identitaria.

De este modo, las producciones de sus imaginarios (siempre habrá más de uno por generación en función de las respectivas inserciones socioeconómicas), son las que conforman y sostienen el entramado cultural del Planeta Adolescente, en tanto definen los códigos, ideales y valores con los que se establece no sólo la comunicación sino también la convivencia entre ellos mismos y los adultos, permitiendo la mentada proyección a futuro. Estas producciones transcriben en tiempo real a las significaciones imaginarias sociales que pueblan el éter cultural la sinergia de fuerzas que expresa y se expresa a través de cada generación adolescente.

Solidariamente, el acceso a las significaciones imaginarias sociales de una cultura a través del imaginario adolescente les permite apropiarse de sus emblemas, adscribir a una identidad por pertenencia, ocupar lugares permitidos y asignados en pos de un proyecto identificatorio que, además de impregnar de futuro al yo, garantiza la inclusión del adolescente en dicha cultura.

La eclosión de una identidad por pertenencia desarrolla y sostiene entre los jóvenes un conjunto de representaciones, afectos y deseos que les permite sentirse parte integrante de la época y de la generación en la que les toca participar. Este movimiento de acceso a los espacios que prescribe la cultura queda indisociablemente ligado al despliegue en el registro intersubjetivo de las potencialidades que el sujeto porta. Por lo que su impedimento generará situaciones teñidas de una calidad trágica que podrán marcarse en la forma de la inadaptación o del rechazo categórico de las pautas culturales con sus correlatos de marginación y violencia. O bien, con la activación de procesos patológicos.

Por tanto, la integración en un medio social de pares dependerá de la puesta en marcha de ciertas formas de significar y accionar emanadas del imaginario adolescente de turno. La contrapartida de los beneficios alcanzados con la obtención de esta identidad requiere de la adaptación a ciertas pautas de comportamiento grupal. Sin embargo, la aceptación de esta pérdida de libertad ayuda a disminuir los temores, angustias y contradicciones que genera la exigencia de trabajo psíquico y vincular que requiere la construcción de un montaje identitario que permita franquear el ingreso al mundo adulto.

Recíprocamente, en la medida de que también resulta protagonista de la construcción de su propio imaginario, cada camada adolescente pondrá en marcha una dinámica cultural propia que insuflará nuevos aires tanto en el centro como en la periferia de la sociedad que le tocó en suerte. Así, cada generación se encontrará potencialmente en condiciones de convertirse en una vanguardia (política, artística, intelectual, tecnológica, etc.), que podría influir y modificar con su accionar tanto los destinos propios como los de la cultura en la que se mueve.

Una de las características más peculiares de la condición adolescente es que debe ser reformulada por cada nueva generación en función y, a la vez en contra, de las pautas socioculturales dominantes. De este hecho se desprende su típica estructuración paradojal.

La adolescencia es el resultado de una compleja operatoria. Su entidad se gestó en la red cultural, aquel espacio donde se sostienen todas las producciones subjetivas de una sociedad. No obstante, este entramado no sólo no permanece estático sino que tampoco adopta los formatos de la linealidad, o bien, los de algún planeamiento previo. Va sufriendo continuos e imprevisibles cambios en su rumbo, los cuales delimitan los nuevos escenarios donde se representa la vida social de una cultura dada en un determinado período histórico.

Venimos presenciando una serie modificaciones en los códigos y las conductas del colectivo adolescente en base a cómo evolucionan sus imaginarios. Sin embargo, estos cambios en su cultura están ligados a las innovaciones que se producen no sólo en las producciones de subjetividad sino también en los campos tecnológicos y políticos.

De este modo, las significaciones imaginarias sociales delinearon tanto un nuevo conjunto de referencias como de pautas de comportamiento que conllevó la modificación de los usos y costumbres pretéritos. Los adolescentes, que funcionan como una caja de resonancia de los movimientos de la cultura donde están insertos, no resultaron ilesos al impacto de aquellos cambios. Las coordenadas del enfrentamiento generacional se alteraron debido a que la entronización del joven como modelo ético y estético de una sociedad exitista disuelve las diferencias con una franja adulta que opta por adolentizarse para desmentir el paso del tiempo y su responsabilidad familiar y social.

A continuación voy a adelantar algunos conceptos que se desarrollan en la ponencia de Abel. La dinámica de las vinculaciones cambió al ritmo de las nuevas pautas de conducta, lo que los llevó a adueñarse de la noche, a preferir la liviandad de los encuentros y al intercambio incesante de partenaires, o bien, llevar adelante parejas abiertas que les permitan sostener sus exploraciones eróticas sin cepos ni culpas. Asimismo, decidieron anteponer el vínculo amistoso por sobre el amoroso, utilizar el alcohol para sentirse seguros en el acercamiento, consumir drogas blandas para ahuyentar la angustia y el vacío, vestirse en mayor o menor concordancia con las tribus urbanas dominantes, consumir sexo sin anclaje en vinculaciones perdurables y dejar progresivamente de consultar a los adultos si notan que estos no pueden sostenerse en sus propias convicciones.

Por otra parte, la difundida erotización precoz propalada por los medios de comunicación aceleró el ingreso de los jóvenes en una dinámica sexual que los obliga a forzar definiciones, llevándolos muchas veces a una actuación evitativa vía consumo de drogas, o bien, a forjar una seudoidentidad que encubre un andamiaje infantil que no ha tenido oportunidad de madurar. Es así como los emblemas de la masculinidad y de la femineidad pueden ser utilizados como verdaderas mascaradas que encubren los endebles procesamientos en el área yoica, en el de las instancias ideales y en el campo pulsional.

Asimismo, el mercado destila estrategias estimulando el consumo de ilusiones a la hora de obtener un montaje identitario prêt-à-porter. Una vez adquirido resulta posible acceder a las diversas pertenencias y membresías socioculturales englobadas en el lema rector del estatus poscapitalista: “tengo luego existo”.

Por otra parte, presenciamos una actitud de tipo dilatorio que apunta a una temporaria cancelación del proceso madurativo. En la secundaria se expresa a través de las repeticiones, inéditas tiempo atrás, las cuales cumplen la función de demorar el momento del futuro egreso. Cuando la secundaria queda atrás puede también surgir a manera de prórroga la idea de un falso año sabático, donde un viaje, un trabajo temporario, o bien, el argumento del cansancio de la escolaridad imponga un compás de espera para ingresar al ciclo subsiguiente.

En el ámbito universitario se puede manifestar a través de una seguidilla de cambios de carrera, basados en confusiones o indecisiones de tipo vocacional. Asimismo, pueden presentarse extensiones injustificadas en las cursadas, o bien, aplazamientos a la hora de rendir los exámenes finales. Todos estos recursos se ponen al servicio de postergar el irreversible momento de la graduación.

De este modo, las estrategias centradas en el aplazamiento son tributarias del temor a asumir el papel que esta sociedad les puede destinar. Es que más allá del empeño que puedan poner en conseguir sus objetivos, al haber caducado las clásicas garantías hoy pueden estar empleados y mañana desocupados o excluidos. Este recurso se manifiesta en adolescentes de familias de clase medias y altas. En cambio, en los contextos de clases bajas y excluidas resulta palpable como la condición adolescente ha comenzado a desaparecer como tal, en tanto que en sus vidas no se presenta ninguna moratoria social que contemple y contenga el controvertido pasaje entre el mundo adolescente y el adulto.

Por tanto, a pesar de que el curso de los eventos socioeconómicos y políticos ha virado una y otra vez, las guerras de alta y baja intensidad siguieron asolando poblaciones, colectivos y minorías. Los ideales y valores continuaron con su habitual derrotero de degradación y el capitalismo posindustrial a predominio financiero sigue bailando en la cubierta del Titanic. Aún así, más allá de la modalidad con que cada generación de adolescentes asume, metaboliza y resuelve sus posicionamientos subjetivos frente a los cambios, a la vez renueva su esperanza y compromiso por la construcción de un futuro mejor para sí mismos y para toda la humanidad.

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