Marca de agua.

Notas sobre el atravesamiento cultural del grupo interno.

Y las causas lo fueron cercando
cotidianas, invisibles
y el azar se le iba enredando
poderoso, invencible.
Silvio Rodríguez


INTRODUCCION

El tema de las diferencias culturales ha sido vastamente descripto y estudiado desde distintos ángulos, todos ellos generados por las visiones de las disciplinas que integran las llamadas ciencias sociales. La Psicología y el Psicoanálisis, a pesar de sus intentos, mediante el traslado a sus dominios de conceptos provenientes de la antropología y de la sociología, aún mantienen, a mi juicio, una deuda con las causas y azares de estas diferencias.

Que dos hermanos sean totalmente diferentes es algo que la teoría de la identificación ha explicado satisfactoriamente. Pero para poder   comprender por qué dos personas pertenecientes a culturas distintas, no solamente muestran diferencias evidentes a nivel fenoménico, sino que presentan una estructura de pensamiento radicalmente diversa (1), es necesario intentar una calibración más acorde de los conceptos de grupo interno, identificación, zona transicional, complejo de Edipo y cultura.

El interrogante sigue en pie: ¿por qué culturas diferentes generan estructuras mentales distintas, a las cuales tenemos acceso a través de las versiones fenotípicas del lenguaje, los usos, las costumbres y las expresiones artísticas?

Un recorrido diacrónico en el desarrollo del sujeto cultural respecto a sus relaciones familiares, institucionales, grupos de pares, etc., puede darnos algunas ideas como para orientarnos en este oscuro y poco hollado terreno.

Justamente, por hallarnos en esta situación, nuestros tanteos hipotéticos se verán constreñidos a los recursos de una bibliografía poco específica y a la apelación a modelos y comparaciones que, si bien provienen del campo cultural, se encuentran fuera del campo psicoanalítico. Uno de ellos es el que le da título a nuestro trabajo.
Solamente a contraluz es posible visualizar la marca de agua que tienen ciertos papeles; de cualquier otra forma la marca se hace invisible a nuestros ojos, aunque permanezca allí en forma indeleble.

El atravesamiento cultural que sufre el grupo interno es similar a la mencionada marca. Cuando comparamos personas pertenecientes a  culturas diferentes la marca de agua se nos hace incandescente, se coloca en primer plano, de tal manera que es imposible evitar el impacto del contraste. Mientras que con individuos de la misma cultura, al tener un fundamento común lo que se catapulta a nuestros ojos son las diferencias en sus recorridos a través de códigos e instituciones compartidas y los caracteres que éstas les dejaron grabados.

Quizá sea porque la cultura es todo y parte, figura y fondo, significado y significante, por lo que es tan difícil detectar sus marcas en personas que la comparten. Está presente todo el tiempo, determina y delínea contextos y sujetos, pero sólo deja una sutil marca de agua en los mismos.

EL MEDIO ES EL MENSAJE: LA FUNCION MATERNA

Hace tiempo sabemos que al final del canal de parto no nos espera solamente la luz y  el sonido, sino que también lo hace un nombre, un lugar en una familia y en el mejor de los casos un lugar en el deseo de los progenitores (o quién se ocupe de esa función).

O sea que cuando  arribamos, cualquiera sea el lugar del planeta donde    lo hagamos, una cultura no sólo nos está esperando sino que además ya nos ha determinado, por lo menos en parte, por el simple hecho de ser hablados por ella, a través de la incorporación de una representación a futuro de nosotros en el imaginario de familia que nos gestó.

Esto no quiere decir que le hemos dado por ganada la batalla a los ambientalistas en detrimento de los innatistas. Seguimos orientados por el norte de las series complementarias, dándole su justo lugar a cada uno de los polos de ese ancestral conflicto. Sí, queremos rescatar una dimensión que ha sido mal mensurada, por exceso o por defecto, y es la de la calidad moldeante que tiene el medio cultural para esa humanidad apenas subjetivada y mayormente genética que somos al nacer.

Pero la historia aquí recién comienza. Nuestra llegada al mundo se caracteriza por la zambullida en un caos de estimulación, que no podemos entender, manejar ni evitar. Por lo tanto es necesario que otro se haga cargo de lo que nosotros no podemos, o sea de todo. Hace así su aparición la función materna, largamente descripta, explicada y analizada a lo largo de la héjira psicoanalítica. Pero en lo que a nuestro tema interesa, fueron los aportes de Piera Aulagnier los que abrieron nuevos senderos para pensar la problemática de la relación madre-infans (el que no habla), respecto a la actividad de representación, sus objetos y su meta.

La madre con su capacidad de anticipación tratará de darle un significado a cada una de las manifestaciones motoras que el infans presenta en los primeros meses. Estos sentidos no se diluirán con el transcurso del tiempo sino que por lo contrario serán estructurantes para el psiquismo del infans. Lo que podrían parecer vanos y vagos intentos de interpretar sus conductas serán los pilares donde se edificará su actividad de representación. Lo que proviene de su madre el infans terminará haciéndolo suyo, pero siguiendo una forma prevista, en palabras de Piera Aulagnier: «Si consideramos la actividad de representación como la tarea común a los procesos psíquicos, se dirá que su meta es metabolizar un elemento de naturaleza heterogénea convirtiéndolo en un elemento homogéneo a la estructura de cada sistema… cada sistema debe representar al objeto de modo tal que su ‘estructura molecular’ se convierta en idéntica al representante. Esta identidad estructural está garantizada por la inmutabilidad del esquema relacional característico de cada sistema, y su primer resultado es que toda representación, indisociablemente, es representación del objeto y representación de la instancia que lo representa, y toda representación en la que la instancia se reconoce representación de su modo de percibir al objeto.» (Aulagnier, P. 1975, pág. 24-25)

Los sentidos que la madre aporta al infans, o sea sus representaciones, se transforman en él en un sistema de representación idéntico a las significaciones aportadas. Más que información es una in-formación lo que la función materna imprime sin proponérselo, una forma, como la que deja el cuño en el lacre caliente. Lo que se imprime es un sistema, una forma de codificar los datos y los estímulos, que provienen de un exterior que todavía no es tal. Parafraseando a McLuhan, el medio es el mensaje.

El caos comienza así, su larga marcha hacia la delineación, siempre provisoria, con la que el sujeto intentará encuadrar el cúmulo de estímulos que lo rodeará eternamente mediante el progresivo enriquecimiento de sus sistemas.

Piera Aulagnier también, hace un aporte a la teoría del conocimiento, develando uno de los misterios de su génesis: «para el Yo conocer el mundo equivale a representárselo de tal modo que la relación que liga los elementos que ocupan su escena le sea inteligible…que el Yo puede insertarlos en un esquema relacional acorde con el propio», por lo tanto «el Yo no es más que el saber del Yo sobre el Yo.» (Aulagnier, P. 1975, pág. 26)

Lo antedicho despeja definitivamente el terreno de ciertas dudas. Queda en firme que el aporte de la madre a nivel de la economía libidinal respecto de lo que serán los procesos de pensamiento es tan fundante como lo es a nivel de lo afectivo. Es la madre la que en primera instancia ofrece un mundo, ya que un mundo es la forma de ver un mundo. De aquí se continúa con toda lógica que la visión y comprensión que se tenga de la realidad (¿o deberíamos decir de las realidades?) es radicalmente diferente para un pequeño esquimal, para un broker de Wall Street, para un vástago de Villa Ortúzar, para un africanito de tez oscura o para un ayatola iraní.

No en vano se habla de la madre patria, de la lengua materna, o de haberlo mamado desde la cuna; todas estas frases dan cuenta de una impresión primera que marca para siempre al sujeto, aunque éste modifique a posteriori algunas o casi todas sus pautas.

La primera representación del grupo interno se forja en esta relación indeleble madre-infans. Grupo interno de neto corte fusional que será la matriz a partir de la cual se operarán todos los posteriores enriquecimientos y modificaciones, que darán lugar al pasaje de grupos internos diádicos a triádicos, pero todos llevarán la marca a fuego de esa primera y fundante relación que como aclara Piera Aulagnier, lleva las simientes del proceso secundario gracias al traspaso de los rudimentos  del mismo por parte de la madre, en este encuentro entre dos espacios psíquicos.

Por lo tanto la configuración del grupo interno lleva en su orillo la marca de lo cultural, de la decodificación de lo cultural que hace esa madre, de lo que aportaron a su constitución como sujeto histórico sus experiencias vinculantes y sus propias relaciones fundantes con su propia madre y así sucesivamente. O sea que al decir que somos cultura implícitamente estamos diciendo que somos historia.  

Este planteo no implica que pensemos en un determinismo ciego, ya que la constitución de un sujeto es altamente compleja y depende de otros factores (la función paterna por ejemplo) que permitirán resignificar la matriz fundante, pero aquí ya estamos en la tierra firme de la versión clásica de la teoría de la identificación.

UN MUNDO FELIZ: LA ZONA TRANSICIONAL

Winnicott planteaba que el lugar de la experiencia cultural es el espacio potencial que existe entre el individuo y el ambiente y que la utilización de dicho espacio la determinan las experiencias de las primeras etapas de la vida. Este espacio transicional cuyo heredero  es el juego creador primero y las realizaciones culturales luego, surge de  la relación con la madre. Se instala entre niño y madre luego del momento fusional de la ilusión y a consecuencia de su caída  (desilusión) con el comienzo de la diferenciación yo-no yo.

Para ilustrar su planteo, Winnicott cita un verso de R.Tagore: «En la playa de interminables mundos niños juegan». Al salir del mar, símbolo universal del nacimiento, el niño recala en una playa que no es más que el cuerpo materno, en contacto con él se darán los fenómenos de ilusión-desilusión y su paulatina separación dará lugar a ese espacio que no está ni adentro ni afuera, la zona transicional.

Es posible pensar que esa playa no es universal, que las zonas transicionales dependerán de las distintas extracciones culturales de las madres, que a su vez determinarán modos de relación y de juego para con sus niños. Si bien hay ciertas pautas de comportamiento lúdico genéricas, cada cultura tiene sus juegos y éstos se hallan en el imaginario social de las mismas.(2)

En función de lo planteado, podríamos pensar a la zona transicional, ya no como el lugar donde se asentará la experiencia cultural sino como el pasaporte hacia el imaginario-simbólico de una sociedad determinada, reservando el término cultural como la forma inherente a los modos de relación posibles en dicha sociedad, lo cual incluye desde el tipo de representación mental hasta las modalidades de vínculación con los otros y las cosas.

LOS EMBLEMAS: EDIPO E IDENTIFICACION

El arribo, acceso y salida del Complejo de Edipo le da una nueva vuelta de tuerca al atravesamiento cultural del grupo interno. La trama libidinal que se arma en el sujeto a raíz de sus experiencias vinculantes con padres y hermanos debe ser desmontada y modificada en parte para poder acceder definitivamente al orden simbólico con el consecuente reconocimiento de la ley como un estatuto desencarnado de sus eventuales voceros, de valor universal, incluyendo sus excepciones.

El Complejo de Edipo es el campo donde se delinearán las configuraciones vinculares triádicas que enriquecerán y darán un nuevo giro en la construcción espiralada del grupo interno. En su recorrido y resolución se pondrán en juego poderosas fuerzas internas que harán de este episodio mucho más que un pasaje. La reconversión parcial de estas fuerzas, ya que habrá movimientos pulsionales que partirán intactos al ostracismo del inconciente, será estructurante de una nueva topología psíquica donde la terceridad será la pauta, ya en lo estrictamente intrasubjetivo (Yo, Ello y Superyó), como en lo intersubjetivo (de aquí en más habrá tres lugares donde ubicarse en la vinculación) y también  en lo transubjetivo (ya que la ley paterna no es ejercicio de una voluntad individual sino que representa un consenso social que excede a sus eventuales y momentáneos representantes).

La teoría de la identificación fue la herramienta freudiana que permitió comprender el reordenamiento introducido a raíz de la segunda tópica y los caminos de salida (o no) del Edipo. La introducción del tercer caso de identificación secundaria:»…que puede nacer a raíz de cualquier comunidad que llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones sexuales.» (Freud, S. 1921, pág. 101), permite a la teoría sortear el obstáculo de la identificación secundaria pensada sólo como el reemplazo de una ligazón de objeto perdida (en su totalidad o al rasgo) con su claro tinte narcisista y avanzar hacia una forma de corte edípico donde estén en juego tres lugares (ejemplo de la infección psíquica en el pensionado de señoritas). Esto también allana el camino hacia la intelección de las ligazones libidinales en las masas.

Los juegos de triangulación que se dan en las formas tríadicas del grupo interno están cimentados en la inserción de las configuraciones vinculares edípicas en la realidad psíquica, lo cual implica un abandono parcial de las playas maternas (parcial en tanto siempre queda un deseo de fusión con el objeto) hacia las carreteras multidireccionales de los intercambios con los otros (con minúscula).

LAS MALAS COMPAÑIAS: FAMILIA E INSTITUCION

Una de las características de la situación edípica es que coincide con la entrada del niño a instituciones que son distintas a su familia, tanto en su conformación como en su dinámica y donde deberá poner en juego sus recién estrenadas constelaciones mentales. 

Estos lugares donde los niños son «socializados», son en realidad una usina de nuevos modelos vinculares, imprescindibles para la inclusión societaria mediante el aprendizaje de códigos generales y específicos, por lo menos para los niños de ciertas extracciones sociales y que viven en ciudades.

Por supuesto que para los niños carenciados que se «socializan» en la calle, tarde o temprano llegan a otras instituciones donde también aprenden códigos específicos y generales para su supervivencia e «inclusión» en la sociedad y que no son justamente escuelas sino reformatorios en primera instancia y cárceles y cementerios en orden sucesivo.

De todos estos lugares provienen los nuevos modelos identificatorios que fructificarán doblemente: por un lado una complejización y un enriquecimiento del grupo interno y por otro una diferenciación respecto a la familia nuclear o de origen. Lo cual generará conflictos en mayor o menor medida de acuerdo a la permeabilidad narcisista de la familia frente a la introducción de lo distinto con su respectiva carga de ominosidad.

Esta doble implicación generará un movimiento también doble, afirmará el lugar que el sujeto tiene en la familia, a la vez que otorgará un posible camino de salida de la misma y fijará los límites de lo endogámico y sus influencias en la actividad representacional. Por supuesto que esto será viable siempre que la dimensión de futuro del Yo haya sido abonada con el deseo de los padres de que ese sujeto sea a su vez padre o madre, cortando así con la reverberación narcisista de la endogamia y la psicosis.

Desde ya que el proceso identificatorio no acaba jamás. Nuevos modelos son ofertados desde la pertenencia institucional, desde los medios masivos, desde la propia familia que por más aislada que se halle, sufrirá los embates del discurso cultural a través de sus miembros. Esto implica que el grupo interno recibe una cantidad de información que habiendo un narcisismo poroso, puede ser aprovechada para un continuo remodelamiento de aquel (¿qué son si no los tratamientos psicoanalíticos?). La relación porosidad/refractariedad del narcisismo junto con la ligazón a valores e ideales marcarán probabilidades de espiralización creciente del grupo interno, siempre sujetas a las vicisitudes propias de la segunda serie complementaria.

LA CULTURA COMO RED

El fugaz recorrido que hemos hecho a lo largo de algunas de las estaciones en las cuales el sujeto cultural se detiene para ser reabastecido o para un cambio de vía, nos permite pensar que el atravesamiento cultural no se da de una vez y para siempre. En cada una de las situaciones aquí analizadas, verdaderos hitos socioculturales a nivel intra, inter y transubjetivo, lo cultural se pone de manifiesto, al igual que la marca de agua, como un con-texto. Pero no como el mismo con-texto adaptado a cada situación, sino como diferentes textos culturales que grabarán distintas marcas, de agua todas ellas.

Retomando el ejemplo de la entrada del niño a la escolaridad primaria, allí se pondrán en juego no sólo nuevos modelos identificatorios sino que también para el niño es literalmente la entrada a otro mundo, así como también lo fue su introducción a los medios masivos, o el nacimiento de un hermanito. Y en la escuela se van a burilar estas nuevas marcas no sólo por el aprendizaje de una nueva herramienta, la lectoescritura y todo lo que ésta trae aparejada, sino también por los precipitados vivenciales que dejarán inscriptas las nuevas vinculaciones con compañeros y docentes en una situación totalmente diferente a la que vive en su casa, ya que aquí además de un espacio físico distinto, también hay reglas distintas. Explorar este nuevo mundo y comprender sus reglas (estoy tentado a escribir conocer su cultura) le llevará su tiempo. De algún modo todos somos un poco Marco Polo viajando y conociendo a nuestras Chinas y apropiándonos de algunas de sus costumbres.

Podríamos pensar que cada uno de estos pasajes y detenciones son como pequeñas transculturaciones en dosis, la mejor de las veces, homeopáticas, ya que producen verdaderas movilizaciones internas tolerables en mayor o menor medida. A diferencia de cuando un individuo es obligado a cambiar de habitat, especialmente cuando implica un exilio de su propia cultura.

Los nuevos mundos, aterradores por ser nuevos, que nos invita obligatoriamente a conocer nuestra diacrónica y paulatina salida de la ilusoria completud del claustro materno, en sus versiones reales y fantaseadas, implican siempre en sus comienzos un aumento de tensión displacentera, que puede devenir tan traumática como la pérdida de la raigambre.

Si ahora pensamos al grupo interno como la compleja enhebración de las diversas escenas protagonizadas con los objetos en las relaciones vinculares, partiendo desde el polo fusional hasta el polo edípico, en una articulación mejor o peor lograda, veremos que el atravesamiento cultural no sólo no se da de una vez, sino que tampoco es uno. Deberíamos hablar de atravesamientos pertenecientes a las distintas configuraciones vinculares estructurantes por las que discurre el sujeto, que irán enriqueciendo y modificando al grupo interno de acuerdo al con-texto vincular en que se halle. Esto se plasmará en un estratificado a la manera de las capas geológicas (o como un conglomerado en los casos de perturbación grave), que dará cuenta de las inscripciones resultantes de las experiencias vivenciadas a raíz de las relaciones vinculares.

La trama cultural será el con-texto donde se esculpirán estas experiencias y que tomarán formas acordes a ese con-texto. Como si la trama cutural fuera la arcilla con la que se moldearan las distintas formas con las que se subrogan los intercambios entre los sujetos y la representación de los mismos. Esto explicaría en parte la diferencia entre sujetos de distintas culturas, ya que la materia con que la que están modeladas sus representaciones proviene de fuentes diversas.

Si bien debemos reconocer que la lengua materna, como actividad de representación, se nos aparece como una verdadera matrix, fundante del psiquismo, no podemos dejar de lado el aporte que hacen todos los movimientos posteriores. La lengua sería esta envoltura inicial que nos marca, enmarca y encamina hacia nuestra inserción en el imaginario-simbólico de nuestra sociedad. La lengua funda la matriz del pensamiento, las formas por las que serán representadas las relaciones entre lo intra, lo inter y lo transubjetivo. Estas formas son las que diferencian a sujetos de distintas sociedades de forma inmediata, pero ésta no será la única diferencia aunque sí sea la más universal. Luego vendrán los precipitados de las experiencias con la realidad de los objetos y las cosas, que hasta ahora habían quedado subsumidos sensu lato en la teoría de la identificación, sin deslindar lo que correspondía a las incorporaciones que un sujeto hacía de sus vinculaciones intersubjetivas respecto del con-texto del que estaban extraídas, perteneciendo esto último al plano de lo transubjetivo.

Ahora estamos en condiciones de desmentir nuestra primera afirmación: dos hermanos no son diferentes sólo por los modelos identificatorios a los que accedieron, sino también  por los diferentes con-textos donde se plasmaron dichos modelos que los conformaron y reglaron de forma peculiar en cada caso y que quedaron combinados con la transferencia desplegada sobre aquellos por los diversos sujetos.

Lo que era evidente para la comparación entre sujetos de culturas diversas y que se ocultaba entre los miembros de una misma cultura, aparece ahora en primer plano. Pero lo hace a trasluz, como la marca de agua, gracias a la posición reflectante que ocupa la fuente luminosa de nuestro análisis, lo transubjetivo. Queda entonces claro que todo sujeto cultural está atravesado por las contingencias de la transubjetividad de su sociedad, lo cual lo hará único y singular no sólo respecto a sus pares sociales sino también respecto a los de otras culturas.

Esta singularidad tendrá, en el caso de sujetos que  pertenezcan a la misma cultura, bases y materiales comunes surgidos de la lengua, las reglas y las formas institucionales compartidas, que por pertenecer a lo transubjetivo pasarán inadvertidas hasta que alguna falla las ponga en evidencia, como por ejemplo cuando las infinitesimales transculturaciones producidas en los atravesamientos estructurantes aumenten su volumen a niveles traumáticos, dejando cicatrices pronunciadas o impidan definitivamente el desarrollo del sujeto, como ilustra Piera Aulagnier en algunos de sus casos clínicos donde impera la psicosis.

Si bien toda esta problemática nos ubica dentro de la dimensión del contrato narcisista, quisiera aclarar que éste también dependerá de la dimensión transubjetiva de cada sociedad, ya que las voces del grupo y el lugar a ocupar por el nuevo miembro estará determinado por el tipo de cultura adonde éste arribe.

Se desprende de todo el desarrollo expuesto una equiparación entre cultura y transubjetividad. Lo cual es cierto si se toma a la cultura como red, no sólo por lo que representa su entramado sino también por el sustento que hace de las sociedades y los sujetos que las integran. Sustento material correlativo de un sustento de la dimensión imaginario-simbólica que determinará a partir de los ideales, valores y mitos, los crisoles institucionales donde se moldearán las estructuras mentales, de parentesco y de intercambio con sus fronteras de invariancia y sus parajes de versatilidad y cambio.

NOTAS

(1) Recordemos la famosa discusión científica acerca de si el pensamiento esquimal era o no ilógico, entre Toynbee y Levi-Strauss.

(2) Aunque en la aldea global [McLuhan], muchas de las pautas se estandarizarán necesariamente  por la influencia de los medios..

BIBLIOGRAFIA

AULAGNIER, PIERA (1975) La Violencia de la Interpretación. Buenos Aires. Amorrortu Editores, 1988.

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WINNICOTT, DONALD (1971) Realidad y Juego. Granica Editores, 1972.

YAMPEY, NASIM (1981) Psicoanálisis de la Cultura. Buenos Aires. Ed. Paidós, 1981.

RESUMEN

Vivir en sociedades y bajo la tutela de ciertas reglas hace a los seres humanos sujetos culturales. Esta condición genérica tropieza con particularidades a la hora de comparar reglas y sociedades, o sea culturas.

La cultura es la atmósfera en la que está inmersa una sociedad en un tiempo determinado. Todo lo atraviesa, lo colorea, lo marca. Los sujetos que las integran no están al margen de esta situación, ya que la cultura los preexiste. Cuando nacen, donde sea que lo hagan, quedarán en parte determinados por los estilos de pensamiento y de relacionarse de la sociedad donde arriben. Verán así modelada su arcilla primaria con los moldes del discurso y sus instituciones.

El grupo interno, concepto que recoge y articula los precipitados vinculares de la historia de un sujeto, no se halla exento del atravesamiento cultural. Para dar cuenta de ello haremos una fugaz recorrida a través de conceptos como función materna, zona transicional, complejo de Edipo, identificación y cultura, tratando de articularlos y calibrarlos desde la perspectiva de lo transubjetivo.

Publicado en la Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo. Tomo XVI – Números 1/2 – 1993.

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