El Trabajo con los Padres en Psicoanálisis con Adolescentes

En numerosas oportunidades y a raíz de las situaciones más diversas, cuando un analista trabaja con adolescentes se encuentra frente a tres posibles cursos de acción, a saber: citar a los padres, convocar a toda la familia, u organizar entrevistas vinculares. Esta situación, que en un paciente adulto no dudaríamos en atribuirla a la gravedad del caso, en la clínica con adolescentes se constituye en una alternativa inherente al encuadre del tratamiento. De este modo, la introducción de dispositivos multipersonales puede implementarse a raíz de una demanda espontánea por parte del paciente o su familia, o bien, por haberse establecido desde el inicio como una condición contractual. Por lo tanto, la inclusión de los padres en el psicoanálisis con adolescentes no se debe a una cuestión coyuntural sino a las características propias con las que se presenta y opera este fenómeno.
La metamorfosis adolescente genera una ruptura en la continuidad del aparato psíquico del niño a raíz de los cambios corporales que trae aparejada la llegada de la pubertad. Una singular combinación entre factores biológicos y culturales permite explicar las características que presenta la transición que el sujeto se presta a atravesar, ya que para poder metabolizar las alteraciones corporales y su nueva inserción en el campo social se hará necesario un reensamblado psíquico que no podrá realizarse sólo a partir de representaciones psíquicas preexistentes, ni por las que siga proveyendo el medio familiar. Entran en escena aquí los numerosos modelos identificatorios que circulan por el macrocontexto, aquellos que servirán de sostén para facilitar el apuntalamiento del adolescente. Estos modelos, pertenecientes a la dimensión transubjetiva, guardan una relación de especificidad con las características que presenta cada momento socio-histórico, como puede detectarse entre las expresiones juveniles de cada una de las últimas cinco décadas. De esta forma, la conflictiva adolescente queda encabalgada entre las dimensiones histórica, social, familiar, y personal a través de la vinculación que se establece entre los registros de lo intra, lo inter, y lo transubjetivo.
La conmoción que caracteriza la llegada de la adolescencia afecta tanto al sujeto que inicia esta transición como a los miembros de su familia. Esta situación que pone en vilo al equilibrio familiar está íntimamente relacionada con el efecto que se produce en el terreno social, ya que por sus características el imaginario adolescente habrá de impactar fuertemente en los usos y costumbres de la cultura adulta. Asimismo, los cambios en la dinámica familiar a raíz del arribo de la adolescencia nos remiten a la situación que enfrenta la pareja parental frente al nacimiento de un hijo. En este sentido, si el arribo de un sujeto al mundo se hace a través de la función intermediaria que ejerce el grupo familiar donde la madre está inserta, entonces y por dos razones, la adolescencia habrá de funcionar a la manera de un segundo nacimiento. Primero, porque esta transición a la que denomino transbordo imaginario, que en su movimiento se apuntala sobre las dimensiones familiar y social, permite la introducción del sujeto dentro del mundo sociocultural adulto. Segundo, porque el atravesamiento de esta crisis vital termina transformando al hijo en un conocido/desconocido para sus propios padres.
Por lo tanto, si la llegada al mundo suscita la suscripción de un contrato narcisista, en el cual el sujeto obtiene un lugar en el grupo familiar a cambio de sostener su legado, esta entrada en la cultura adulta con la semi-autonomía que caracteriza a la adolescencia conlleva la firma de un segundo contrato narcisista. De esta forma, padres e hijos se verán obligados a renovar la investidura de sus viejos lugares a partir de las condiciones que se generan con la puesta en escena de los nuevos posicionamientos subjetivos, los cuales deberán incluir un reconocimiento de los cambios físicos y mentales que han sufrido todos los miembros de la familia. Esta situación implica una nueva e ineludible exigencia de trabajo vincular. Por su parte, la nueva configuración familiar sitúa al joven en un lugar inédito, ya que ahora tiene voz y voto en una serie de temas que incumben tanto a su persona como a su familia. Pero también, su inserción en la cultura adolescente vía grupos de pertenencia va a contribuir con el ingreso al seno familiar de nuevos imaginarios, desatando así las conocidas tensiones que irán constituyendo el escenario del enfrentamiento generacional. De este modo, comienza para el adolescente la larga marcha que conducirá al desprendimiento de su familia, el cual se verá facilitado a través de la construcción de una vía exogámica que no sólo va a conducir al hallazgo de objeto sino también a la obtención de un lugar en el mundo de la cultura adulta, ese nuevo espacio/tiempo que lo alejará definitivamente del planeta adolescente.
La conmoción familiar a la que me he referido antes, constituye uno de los factores que originan la demanda de tratamiento para el adolescente. En muchos casos los padres movilizados por el sufrimiento del hijo y/o por el propio, consultan con la fantasía de extinguir el conflicto de manera inmediata, o con la intención inconsciente de encontrar un depositario que se haga cargo de la situación conflictiva. No obstante, también es posible que consulte el propio joven, como ocurre generalmente en la adolescencia tardía, aunque no hay que descartar de antemano demandas a edades más tempranas. Por otra parte, también es importante tener en cuenta que una demanda de tratamiento para un adolescente no tiene por qué terminar siempre en su concreción. Muchas veces el joven desempeña el papel de portapalabra o de portasíntoma, y por lo tanto, el conflicto a desanudar excede la vía única de la problemática individual. En estas situaciones es conveniente indicar un tratamiento vincular o familiar que permita descentrar al joven de la conflictiva con la que carga, y la haga circular entre el resto de sus familiares. Esta indicación que en general alivia al joven, no descarta la posibilidad de que llegado el caso en el curso de ese mismo tratamiento se recomiende también otro dispositivo, como podría ser el individual o el grupal. En otras ocasiones, directamente se indica un encuadre individual que se puede combinar de forma regular con la inclusión de entrevistas con los padres, y/o vinculares con el adolescente y alguno de los padres o hermanos. Estas entrevistas resultan muy útiles ya que permiten trabajar temáticas puntuales, explorar en materiales que de otra forma no harían aparición o demorarían mucho en hacerlo, o bien, encarar situaciones de crisis.
La importancia que revisten los dispositivos multipersonales en la clínica con adolescentes está directamente relacionada con el papel que cumplen los otros en la constitución de la subjetividad. En este sentido, es necesario reafirmar que estos otros fueron desde una perspectiva imaginario/simbólica los signatarios del primer contrato narcisista, pero también acompañaron desde su encarnadura real los diversos apuntalamientos que requirió la estructuración del aparato psíquico del infans. Por lo tanto, este doble papel que cumplen como apoyatura en el plano de la realidad y como objetos internos, resultará definitorio en el proceso de reestructuración del psiquismo que se produce durante la adolescencia. Es que el trabajo de la intersubjetividad que inauguró la vida psíquica del sujeto en aquel encuentro inaugural no actúa de una vez y para siempre, sino que por el contrario será convocado nuevamente en las diversas oportunidades en que la presencia real de los otros sea imprescindible como lo es en el momento de la crisis, ruptura y superación que representa la transición adolescente. Sin embargo, este papel que cumplen los otros y que se encuentra universalmente reconocido en el caso de los niños, no corre la misma suerte en relación con los jóvenes, probablemente por el prejuicio que surge de pensar que el adolescente es un sujeto que ya ha terminado su estructuración psíquica. En este sentido, los procesos de reensamblado psíquico que requiere todo sujeto que ingresa a su transbordo imaginario cuentan para su concreción de manera imprescindible con la presencia de sus otros (familiares, amigos, profesores, personajes de la vida pública, personajes de ficción, etc.).
Este reensamblado que comanda el proceso que denomino remodelación identificatoria, sólo puede ser metabolizado en la red de sostén que conforman los apuntalamientos que se establecen con los otros. Será, justamente, en estas vinculaciones que el joven mediante el apoyo y la modelización sobre estos otros podrá renovar el plantel de sus identificaciones. Empero, asimismo, deberá promover una ruptura crítica con aquellos modelos para poder hacer el pasaje a través de la operatoria de la transcripción, lo cual le permitirá terminar de hacer propio aquello que fue tomado del afuera. Como puede observarse, el proceso de apuntalamiento depende para su desarrollo de los diversos enlaces vinculares que alimentan las dimensiones inter y transubjetivas de los adolescentes, por lo tanto, no podría realizarse sin la participación de aquellos que los rodean, tanto en su carácter de objetos, de enemigos, de auxiliares, o de modelos, es decir, en cualquiera de las funciones para las que están destinados, o bien, en algunas de las posibles combinaciones que puedan surgir entre ellas.
De este modo, los otros deben garantizar con su presencia y su accionar, aún con las fallas que puedan emanar de su función, que la demanda de apuntalamiento que los jóvenes requieren para poder transitar esta crisis vital sea correspondida, como efectivamente ocurría en la generalidad de los casos en los tiempos de la modernidad. Sin embargo, con la llegada de la sociedad posindustrial la función apuntalante de los otros entró también en crisis, esto se produjo a raíz del desvanecimiento de la tabla de valores que oficiaba como brújula en la delicada tarea del trasvasamiento generacional. Esta situación permitió conocer a través de las cada vez más frecuentes patologías ligadas al vacío identificatorio, las consecuencias que traen aparejadas no sólo las gruesas fallas en aquella función, sino también las que se derivan de su total ausencia. No obstante, aún en este crítico y desalentador contexto, los jóvenes siguen buscando nuevos apoyos para el cursado de su transbordo, aun con el riesgo de obtener un marco identificatorio de características alienantes, como se desprende de la desesperada utilización de imágenes, drogas, objetos, y de personas, que fomenta una sociedad cuyos valores se sintetizan en la apelación a un consumismo hipertrofiado.
La introducción del trabajo de la intersubjetividad en el campo de la clínica con adolescentes surgió como una necesidad ligada a las dificultades que se presentaban en el trabajo con los jóvenes a la hora de acompañarlos en su transbordo. Este acompañamiento que implicaba propiciar y sostener la remodelación identificatoria, acometer el intento de restañar las fallas en la inscripción de ciertas redes de significantes, crear las condiciones para el desprendimiento en las familias que no las generaban, y abordar las patologías que se presentan a raíz de estos u otros factores, no siempre era posible en las condiciones que derivaban de un encuadre bipersonal. Por esta razón, la presencia de los otros en el espacio clínico donde se trabaja en el reensamblado del psiquismo adolescente se puede transformar en una cuestión ineludible, si la situación por la que el joven transita presenta una fragilidad que requiere de una operación de apuntalamiento en vivo y en directo. De esta forma, en muchas oportunidades los objetos primarios en su encarnadura parental resultan imprescindibles tanto para intentar plasmar un reentramado en las zonas del psiquismo donde se hubieran producido ciertas fallas a lo largo del proceso de subjetivación, como para catalizar las condiciones en las que adultos y adolescentes puedan ir construyendo el campo donde tramitar la dificultosa temática del desprendimiento.
En estos casos, el trabajo con dispositivos multipersonales posee una doble ventaja. Por una parte, produce modificaciones en la dinámica y en la configuración del vínculo, por otra, pilotea las variaciones que se gestarán en las representaciones intrapsíquicas que del mismo tienen aquellos que lo integran. De este modo, la posibilidad de que se produzcan estas modificaciones, tanto las que van a permitir el reposicionamiento de los sujetos dentro del vínculo, como las que apunten a la reorganización de la economía de las investiduras libidinales (ya sean las del registro narcisista, ya las del objetal), se sustenta en el concepto de una red psíquica intersubjetiva. Es que la noción de “trabajo de la intersubjetividad no supone sólo una determinación extra-individual en la formación, en el funcionamiento, de ciertos contenidos del aparato psíquico: corresponde a las condiciones en las cuales el sujeto del inconciente se constituye”. Por lo tanto, la idea de una “red psíquica intersubjetiva es correlativa de la de una estructuración de la psique en la intersubjetividad: cada aparato psíquico considerado como tal está, desde esta perspectiva, constituido por lugares, procesos e intercambios que contienen, incorporan o introyectan formaciones psíquicas de más-de-un-otro en una red de huellas, sellos, marcas, vestigios, emblemas, signos, significantes, que el sujeto hereda, que recibe en depósito, que enquista, transforma y trasmite” (Kaës, R. 1993 pág. 352).
Los grandes y profundos cambios que se vienen produciendo en el macrocontexto durante las últimas décadas han determinado las múltiples variaciones que detectamos en la dimensión transubjetiva, aquella que gobierna los imaginarios a través de los cuales se trasmiten los códigos y las pautas necesarias para que los sujetos puedan integrarse a una cultura. Estos cambios que también han obligado al psicoanálisis a encarar una revisión crítica de sus conceptos y herramientas, fueron determinantes en las nuevas orientaciones que tomó la clínica con adolescentes. De esta forma, muchas veces el clásico dispositivo bipersonal ya no podía garantizar la consecución de los tratamientos debido a que se encontraba frente a una de sus limitaciones, en tanto extendía tanto el tiempo de elaboración de las problemáticas del adolescente que nos exponía al riesgo del fracaso o de la interrupción. En cambio, la inclusión de los otros del adolescente en el espacio de la sesión funciona como un catalizador, que permite acelerar los tiempos de metabolización, de cambio psíquico, y de individuación. Por lo tanto, el horizonte de perspectivas que brinda el trabajo de la intersubjetividad, tanto en el campo de la teoría como en el de la clínica, permite una significativa ampliación en el abordaje y resolución de las conflictivas que hoy en día padecen los adolescentes y sus familias.
BIBLIOGRAFIA
AULAGNIER, PIERA (1975): La violencia de la interpretación. Amorrortu. Buenos Aires, 1988.
BERNARD, MARCOS (1999): “Los organizadores del vínculo. De la pulsión al otro”. Revista de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares. Tomo XXII, Nº1. Bs. As., 1999.
BIANCHI, GRACIELA K. DE (1998): “Consideraciones sobre la intersubjetividad”. Revista de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares. Tomo XXI, Nº1. Bs. As., 1998.
BLOS, PETER (1979): La transición adolescente. Amorrortu. Bs. As., 1981.
BRUN, DANIELE (1991): “Adolescencia, Cambio Y Curación”. Psicoanálisis con Niños y Adolescentes. Tomo 2, Nº3. Buenos Aires, 1992.
CAO, MARCELO LUIS (1994): “Transbordo imaginario”. Revista de la Escuela de Psicoterapia de la Liga Israelita Argentina. Nº1. Buenos Aires, 1994.
CAO, MARCELO LUIS (1997): Planeta adolescente. Cartografía psicoanalítica para una exploración cultural. Edición de autor. Buenos Aires, 1997.
CAO, MARCELO LUIS (1999): “El trabajo de la intersubjetividad en psicoanálisis con adolescentes”. Revista de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares. Tomo XXII, Nº1. Buenos Aires, 1999.
DE CRISTOFORIS, OSCAR (1994): “Intervenciones Psicoanalíticas con la Pareja Parental en Clínica de Niños y Adolescentes”. XI Congreso FLAPAG. Bs. As., 1994.
EIGUER, ALBERTO (1991): «La identificación al objeto transgeneracional». Psicoanálisis con Niños y Adolescentes. Tomo 1, Nº2. Buenos Aires, 1991.
FAIMBERG, HAYDEE (1985): «El telescopaje de generaciones: la genealogía de ciertas identificaciones». Revista de Psicoanálisis. Tomo XLII, Nº3. Bs. As., 1985.
FREUD, SIGMUND (1905): «Tres ensayos de teoría sexual». Obras completas. Tomo VII. Amorrortu. Buenos Aires, 1978.
FREUD, SIGMUND (1914): «Introducción del Narcisismo». Obras completas. Tomo XIV. Amorrortu. Buenos Aires, 1979.
HORNSTEIN, LUIS (1993): Práctica psicoanalítica e historia. Paidós. Bs. As., 1993.
JEAMMET, PHILIPPE (1990): «Las identificaciones en la adolescencia». Psicoanálisis con Niños y Adolescentes. Tomo 1, Nº2. Buenos Aires, 1991.
KAES, RENE (1979): Crisis, ruptura y superación. Cinco. Bs. As., 1979.
KAES, RENE (1993): El grupo y el sujeto del grupo. Amorrortu. Buenos Aires, 1995.
KANCYPER, LUIS (1997): La confrontación generacional. Paidós. Bs. As., 1997.
QUIROGA, SUSANA (1997): Adolescencia: Del Goce Orgánico Al Hallazgo De Objeto. UBA. Buenos Aires, 1997.
ROJAS, MARIA CRISTINA (1998): ”Realidad psíquica, vincular y social. Funciones del lazo familiar”. Revista de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares. Tomo XXI, Nº1. Buenos Aires, 1999.
STERNBACH, SUSANA (1996): «Intervenciones en clínica vincular psicoanalítica». XII Jornadas Anuales. A.A.P.P.G. Buenos Aires, 1996.
WINNICOTT, DONALD (1971): Realidad y Juego. Granica. Buenos Aires, 1972.
No responses yet