Adolescentes en Riesgo

Publicado en la Sección Psicología del Diario La Nación. Buenos  Aires, 3 de Agosto de 2002.

Las profundas modificaciones que se produjeron a lo largo del siglo pasado en las dimensiones sociales y familiares posicionaron a las mujeres en nuevos lugares del imaginario social. Su irrupción en el campo laboral a raíz de la segunda guerra mundial dejó de ser una cuestión temporaria para transformarse en un dato permanente. Otro tanto ocurrió con la revolución sexual de los años ’60, que se apuntaló sobre la seguridad que ofrecía la recién nacida píldora anticonceptiva.

Asimismo, la caída de la autoridad patriarcal dentro del esquema familiar delineado por la burguesía dio paso una nueva dinámica en la distribución del poder y de los roles dentro de aquel entramado. A esto habría que agregar la aparición de nuevos tipos de familias como son las ensambladas (producto de la unión de una pareja con hijos de matrimonios anteriores), las monoparentales (constituidas por un solo adulto), y aquellas formadas por parejas de homosexuales que adoptan legalmente hijos para recrear aquello que la biología les tiene vedado.

Por su parte, los adolescentes que suelen funcionar como una caja de resonancia de los movimientos de la cultura donde están insertos no resultaron ilesos del impacto que aquellos cambios les infringieron. Las coordenadas del enfrentamiento generacional se alteraron debido a que la entronización del joven como modelo ético y estético de una sociedad exitista, disuelve las diferencias con una franja adulta que opta por adolescentizarse para desmentir el paso del tiempo y su responsabilidad social.

La dinámica de las vinculaciones cambió al ritmo de las nuevas pautas de conducta lo que los llevó a adueñarse de la noche, a preferir la liviandad de los encuentros y al intercambio incesante de partenaires. Asimismo, decidieron anteponer el vínculo amistoso por sobre el amoroso, utilizar el alcohol para sentirse seguros en el acercamiento, consumir drogas blandas para ahuyentar la angustia y el vacío, vestirse en mayor o menor concordancia con las tribus urbanas dominantes, consumir sexo sin anclaje en vinculaciones perdurables, y fundamentalmente dejar progresivamente de consultar a los adultos si notan que estos no pueden sostenerse en sus propias convicciones.

Por otra parte, la difundida erotización precoz propalada por los medios de comunicación acelera el ingreso de los jóvenes en una dinámica sexual que los obliga a forzar definiciones, llevándolos muchas veces a una actuación evitativa vía consumo de drogas, o a forjar una seudoidentidad que encubre un andamiaje infantil que no ha tenido oportunidad de madurar. Es así como los emblemas de la masculinidad y de la femineidad pueden ser utilizados como verdaderas mascaradas que encubren los endebles procesamientos en el área yoica, en el de las instancias ideales, y en el campo pulsional.

Es que la brújula que la familia solía donarles para que se orientaran sufrió un pronunciado cambio en sus polos magnéticos, por lo que los padres se encuentran tan desorientados como ellos en cuanto a las pautas necesarias para obtener algún lugar en el mundo de la cultura adulta. Estos lugares delinean y definen la dimensión central de la problemática adolescente: el futuro posible del sujeto en transición, por lo que se vuelve imprescindible contar ellos a la hora de construir un proyecto identificatorio. El conjunto de posibilidades que se presentaban en los tiempos del pleno empleo permitía mitigar en parte la angustia ligada a la definición y al temor al fracaso, en cambio, si el escenario es el de la desocupación estructural y el de la exclusión social la ecuación adolescente se torna mucho más difícil de despejar ya que el peligro de fracaso se acrecienta.

Hoy son sujetos en riesgo en un mundo globalizado y hostil. Sin embargo, apoyados en su condición contestataria cuentan con los recursos que siempre tuvieron desde que hicieron su aparición en sociedad: la capacidad de desear y hacernos pensar un mundo distinto. No obstante, esta posibilidad no depende exclusivamente de ellos, somos los adultos los que mediante nuestra función apuntalante debemos acompañar ese movimiento a la vez crítico y creativo para que puedan dar el salto cualitativo que los lleve a asumirse como adultos.

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