Adolescentes en riesgo
Clínica de la incertidumbre
o incertidumbres de una clínica
En peligro, en peligro, entonces, ¿donde están los años dorados?
En peligro, en peligro, estamos listos para voltear la página.
En peligro, en peligro, se nos está yendo de las manos.
En peligro, en peligro, desearía poder entenderRoger Hodgson [i]
La encrucijada adolescente se encuentra enmarcada y caracterizada por la emergencia de una doble crisis. Por un lado, la que se despeña sobre el mundo interno del sujeto a partir de la metamorfosis física y psíquica a la que se ve arrojado sin un posible retorno. Y, por otro, la que simultáneamente se desencadena sobre el territorio de sus vínculos (amistosos, amorosos, familiares e institucionales).
De este modo, en el registro intrasubjetivo se enfrenta a la pérdida de gran parte de las representaciones y afectos que habían poblado la atmósfera de su niñez. Esta pérdida pone en jaque a la mayoría de sus referentes infantiles, aquellos con los que había construido su ser y estar en un mundo gobernado por adultos. En el registro intersubjetivo, en cambio, se enfrenta con la pérdida de los códigos designados y asignados para relacionarse con los otros del vínculo (ya como sujetos de la realidad, ya como objetos de su fantasía). Y, encabalgada entre ambos registros, con las vicisitudes propias de la reorganización de su dimensión pulsional (sus descargas específicas, sus sublimaciones, sus represiones, etc.).
Del mismo modo, este conjunto de pérdidas y modificaciones también habrá de perturbar rotundamente el equilibrio tópico, dinámico y económico de su registro narcisista, ya que los recursos y los logros con los que se cimentó su autoestima fueron tributarios de la misma organización representacional y afectiva que caducó con la llegada de la pubertad. Esta crisis por vaciamiento se refleja también en los trabajos de duelo cursados a partir de las cuantiosas pérdidas sufridas (cuerpo infantil, padres idealizados, recursos acopiados, etc.), y en sus respectivas rectificaciones estructurales y funcionales (reformulación de sus instancias psíquicas, modificación de la dependencia material y afectiva respecto de los adultos, etc.). La avidez incorporativa que despierta este vaciamiento acuñó en la obra de Missenard[ii] la elocuente expresión de urgencia identificatoria para definir así el estado que el psiquismo adolescente presenta en su normal anormalidad.
Esta urgencia, sin embargo, no cabalgará en soledad. Es que para que pueda concretarse la imprescindible recomposición intrasubjetiva, aquella que le permitirá operar al joven en su nueva realidad mediante el proceso de recambios representacionales y afectivos que denomino remodelación identificatoria[iii], es necesario contar con una nueva dinámica en el registro intersubjetivo. Esta dinámica será comandada por la entrada a escena de otra urgencia, la urgencia vinculatoria[iv]. Estas dos urgencias marcarán el ritmo incesante que lleva al adolescente a conectarse con estos nuevos otros del vínculo (pares y adultos extrafamiliares), que oficiarán como modelos, rivales, objetos y auxiliares en su desesperada búsqueda de un lugar en la tan deseada y tan temida cultura adulta. Así, esta dinámica de intercambios va a precipitar en la secuencia de fugaces identidades con las que los adolescentes se manejarán en su larga marcha hacia el desprendimiento material y simbólico de la familia de origen. Esto se habrá de lograr gracias a la puesta en marcha de un proyecto a futuro y a la construcción de un escenario para el enfrentamiento generacional, dupla a través de la cual podrán elaborar las vicisitudes propias de la finalización de este ciclo vital junto con la caducidad de sus respectivos posicionamientos subjetivos.
Asimismo, este complejo procesamiento de corte transicional habrá de nutrirse con el apuntalamiento que se efectúa sobre el registro transubjetivo, ya que este registro transcribirá al interior del psiquismo las formas y figuras que adquieran las significaciones imaginarias sociales que circulan por el imaginario social de una época dada. De este modo, esta transcripción será la responsable de los cambios que se van produciendo en la constitución de la subjetividad, tal como lo demuestran las contundentes alteraciones que se produjeron a lo largo el siglo XX en las dimensiones culturales, sociales y familiares. En este sentido, y en una síntesis incompleta, nos encontramos con que la Segunda Guerra Mundial posicionó a las mujeres en nuevos lugares a raíz de su irrupción en el campo laboral. Otro tanto ocurrió con la revolución sexual de los años ’60, que se apuntaló sobre la seguridad que ofrecía la recién nacida píldora anticonceptiva.
Asimismo, la caída de la autoridad patriarcal dentro del esquema familiar delineado por la burguesía dio paso una nueva dinámica en la distribución del poder y de los roles dentro de aquel entramado. A esto habría que agregar la aparición de nuevos tipos de familias (ensambladas, monoparentales, etc.).
Por su parte, los adolescentes que suelen funcionar como una caja de resonancia de los movimientos de la cultura donde están insertos no resultaron ilesos del impacto que aquellos cambios les infringieron. Las coordenadas del enfrentamiento generacional se alteraron debido a que la entronización del joven como modelo ético y estético de una sociedad exitista disuelve las diferencias con una franja adulta que opta por adolentizarse para desmentir el paso del tiempo y su responsabilidad familiar y social.
La dinámica de las vinculaciones cambió al ritmo de las nuevas pautas de conducta, lo que los llevó a adueñarse de la noche, a preferir la liviandad de los encuentros y al intercambio incesante de partenaires. Asimismo, decidieron anteponer el vínculo amistoso por sobre el amoroso, utilizar el alcohol para sentirse seguros en el acercamiento, consumir drogas blandas para ahuyentar la angustia y el vacío, vestirse en mayor o menor concordancia con las tribus urbanas dominantes, consumir sexo sin anclaje en vinculaciones perdurables y, fundamentalmente, dejar progresivamente de consultar a los adultos si notan que estos no pueden sostenerse en sus propias convicciones.
Por otra parte, la difundida erotización precoz propalada por los medios de comunicación acelera el ingreso de los jóvenes en una dinámica sexual que los obliga a forzar definiciones, llevándolos muchas veces a una actuación evitativa vía consumo de drogas, o bien, a forjar una seudoidentidad que encubre un andamiaje infantil que no ha tenido oportunidad de madurar. Es así como los emblemas de la masculinidad y de la femineidad pueden ser utilizados como verdaderas mascaradas que encubren los endebles procesamientos en el área yoica, en el de las instancias ideales y en el campo pulsional.
Es que la brújula que la familia solía donarles para que se orientaran sufrió un pronunciado cambio en sus polos magnéticos, por lo que los padres se encuentran tan desorientados como ellos en cuanto a las pautas necesarias para obtener algún lugar en el mundo de la cultura adulta. Estos lugares delinean y definen la dimensión central de la problemática adolescente: el futuro posible de este sujeto en transición, por lo cual se vuelve imprescindible contar ellos a la hora de construir un proyecto identificatorio. El conjunto de posibilidades que se presentaban en los tiempos del pleno empleo permitía mitigar en parte la angustia ligada a la definición vocacional y al temor al fracaso. En cambio, si el escenario es el de la desocupación estructural y el de la exclusión social la ecuación adolescente se torna mucho más difícil de despejar, ya que el peligro de fracaso se acrecienta de manera contundente.
Hoy son sujetos en riesgo en un mundo globalizado y hostil. Sin embargo, el recurso de su condición contestataria les permite aún conservar la capacidad de desear y trajinar por un mundo mejor. Frente a esta situación el adulto en función terapéutica debe adaptar su juego al del adolescente para poder generar un código de intercambios que se sostenga en el tiempo y para poder cumplir las funciones acompañante y apuntalante que le competen. En este sentido, el vínculo terapéutico en tanto generador de nuevas experiencias aportará su cuota de significaciones al flujo representacional a través de su trabajo sobre los aspectos concientes e inconscientes del Yo y del Superyó. Pero, también, va a precipitar sus influencias en el territorio de los valores e ideales en tanto el discurso analítico cuenta con los suyos, los cuales no sólo se trasmiten a través de las intervenciones, sino que también emanan de las condiciones generadas por el propio dispositivo. Si a esta situación le sumamos el ensanche que se produce en el preconciente del adolescente a partir de este mismo discurso, se cerrará el círculo virtuoso que el otro del vínculo, en este caso el terapeuta, ofrece en su calidad de gestor, puntal, acompañante, rival y partenaire[v].
[i] In jeopardy, in jeopardy,/ so where is the golden age/
In jeopardy, in jeopardy, / we’re ready to turn the page/
In jeopardy, in jeopardy, it’s getting so out of hand
In jeopardy, in jeopardy, / I wish I could understand[ii] Missenard, Andre (1971): “Identificación y proceso grupal”. El trabajo psicoanalítico en los pequeños grupos. Siglo XXI. México, 1972.
[iii] Cao, Marcelo Luis (1997): Planeta Adolescente. Cartografía psicoanalítica para una exploración cultural. Edición del autor. Buenos Aires, 1997.
[iv] Cao, Marcelo Luis (2009): La Condición Adolescente. Replanteo intersubjetivo para una psicoterapia psicoanalítica. Edición del autor. Buenos Aires, 2009.
[v] Cao, Marcelo Luis (2013): Desventuras de la Autoestima Adolescente. Hacia una Clínica del Enemigo Intimo. Windú Editores. Buenos Aires, 2013.
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