Adolescencia: Una Transición Riesgosa

Publicado en la Revista Novedades Educativas Nº 274. Octubre 2013

La adolescencia, tal como clásicamente se la ha conceptualizado, es una etapa dentro del desarrollo evolutivo. Sin embargo, a diferencia de otras etapas evolutivas como la infancia, la adultez o la senectud la adolescencia presenta una serie de características que la configuran como una transición.

Transición que se despliega en relación con el registro de lo temporal, justamente en el pasaje que ocurre entre la infancia y la adultez. Sin embargo, transición, también, respecto de los cambios que se producen en el cuerpo, en el pensamiento, en las prerrogativas y responsabilidades, en los lugares  a ocupar no sólo en un futuro cercano, sino también en los de un presente que se ve drásticamente modificado por las pérdidas sufridas en torno de la identidad infantil.

Esta sucinta descripción de los cambios que sufren los adolescentes nos pone sobre la pista de algo que por obvio a veces puede perderse de vista. La adolescencia funciona como una caja de resonancia de la cultura a la que pertenecen los jóvenes, así como de los tiempos que les toca atravesar, tal como lo demuestran, por ejemplo, algunas de las distintas fisonomías que adoptaron a lo largo del último siglo: la rebeldía sin causa y rockanrollera de la década de los ’50, el fenómeno del pacifismo hippie de los ’60 (hacer el amor y no la guerra), la imaginación revolucionaria del mayo francés del ’68, la insoportable levedad y apatía de los posmodernos ’90.

Por otra parte, la adolescencia es también transición respecto a la remodelación de la identidad que opera en los jóvenes en ocasión de confrontar con los modelos de conducta aceptables para su familia, para las instituciones y para la sociedad. Estos modelos, que son tanto ofrecidos como impuestos, pueden ser rechazados de plano dando lugar a los ya mencionados rebeldes sin causa, o bien, aceptados sin discusión gestando los conocidos sobreadaptados que no traen problemas (los cuales sólo se postergan por un tiempo). Entre estos polos se encuentra la gran gama de matices que permite metabolizar e integrar lo propio con lo ofertado, abriendo paso así a una síntesis singular y creativa que no siempre es fácil ni posible.

Es que la necesidad de cimentar una identidad con la que desempeñarse en el mundo cultural adulto obliga a la tarea de explorar y experimentar las más heterogéneas situaciones vitales. Estas situaciones van a estar delineadas por las significaciones imaginarias sociales, las cuales dictarán los decursos a recorrer y compartir por el colectivo adolescente. Justamente, para organizar y transcribir los dictados de estas significaciones cada generación habrá de gestar un imaginario propio, un imaginario adolescente. Este va a regir con el conjunto de sus códigos los modos de interacción de dicha camada englobando en sí mismo una serie de ideales y valores que sintonizan a contrapelo con el momento histórico en curso. Así, cada generación adolescente producirá hitos socioculturales tanto a través de sus propuestas como de sus acciones, algunas de las cuales pueden resultar revulsivas para el statu quo adulto. Esto puede apreciarse en los giros innovadores que toma el lenguaje, en las variantes contestatarias con que enfrentan lo instituido, en las formas que adquieren sus vinculaciones, en las transformaciones que sufre lo estético, etc.

No obstante, en una misma generación pueden coexistir simultáneamente varios imaginarios adolescentes. Esta situación se origina en la heterogeneidad que porta este colectivo debido a las diferencias sociales, culturales y económicas que presentan los miembros que lo integran, tal como puede observarse en los fenotipos adolescentes que caracterizan a los diversos estamentos societarios. De este modo, las significaciones imaginarias sociales que circulan en cada momento histórico tendrán una decidida injerencia en el formato que adopten tanto el imaginario adolescente comosus consecuentes directivas, siendo éstas coetáneas del tránsito por las sucesivas elecciones (vocacionales, amorosas, sexuales, ideológicas, etc.), que demarcan el arduo camino que lleva a la consolidación de una nueva dotación identitaria. Recíprocamente, en la medida de que cada camada adolescente se convertirá en una indiscutida protagonista a la hora de la construcción de su propio imaginario, el espíritu innovador emanado del mismo pondrá en marcha una dinámica cultural que insuflará nuevos aires en el seno de la sociedad que le tocó en suerte. Así, en cada generación adolescente existirá la posibilidad de que emerjan movimientos de vanguardia (política, artística, intelectual, tecnológica, etc.), que a través de su pensamiento y su accionar puedan influir y modificar tanto su propio rumbo como el de la cultura a la que pertenecen.

Asimismo, el imaginario adolescente mirado a contraluz puede funcionar como una lupa que amplía el ideario societario, ya que aquel se nutre de los ideales y valores de una época dada para transmutarlos y hacerlos parte de su emblemática. Esto debería tenerse en cuenta frente a las variopintas acusaciones que reciben los jóvenes durante su tormentoso transbordo, las cuales intentan hacerlos responsables del permanente malestar que taladra a la cultura. Es que en la medida que las significaciones imaginarias sociales fueron mutando con los considerables cambios que se produjeron a lo largo el siglo XX (las dos grandes guerras, el nuevo papel de la mujer, el estado de bienestar, la sociedad de pleno empleo y su progresivo desmantelamiento, la caída del bloque soviético, la restauración del capitalismo salvaje a través del neoliberalismo socioeconómico, la juventud como modelo idealizado, el individualismo a ultranza, etc.), no sólo la constitución de la subjetividad sufrió un vuelco de campana sino que también se extravió la brújula que los adultos otorgaban a los adolescentes.

Con este panorama como fondo se torna comprensible la compleja trama que urden la inseguridad, la inestabilidad, la inconsistencia y la incoherencia en la mente de los jóvenes que se encuentran llevando a cabo esta transición. La oscilación constante que portan en sus pensamientos, sentimientos y emociones los presenta por momentos como si ya hubiesen madurado. Sin embargo, cuando los propios adultos intentan tratarlos como tales muchas veces no llegan a cumplir con lo que se han comprometido formalmente, a pesar de que realmente cuentan con los recursos para hacerlo. Es así como numerosos jóvenes se quedan varados o navegan a la deriva durante un tiempo difícil de medir o anticipar.

El adolescente que se encuentra en plena tarea de transformar su identidad está ávido de modelos que le permitan, por un lado, paliar el angustioso vacío que siente y que, por otro, lo sujeten y afirmen frente al vértigo al que constantemente se ve expuesto. Definirse como sujeto (sexual y vocacionalmente), tener un proyecto a futuro, sentirse aceptado y valorado por sí mismo y por los demás en un momento donde lo anterior (la niñez), ya no sirve como referente y lo que se perfila (la adultez), es un continente desconocido y, por lo tanto, peligroso es una tarea monumental y llena de atajos cortos que pueden convertirse en trampas.

En este sentido, las adicciones están a la orden del día, ya que si se trata de llenar algún vacío nada mejor que hacerlo consumiendo algo específico (comida, drogas, objetos, zapping, personas, etc.). El motivo subyacente es introducir algo en el cuerpo para que se produzca mágica e instantáneamente ese instante de completud que inevitablemente termina esfumándose a la velocidad de la luz para que la sensación de vacío recomience y la ingesta se perpetúe.

Los jóvenes necesitan llenar los vacíos de su identidad, ya que ésta se encuentra en plena construcción. Sin embargo, la tensión y la exigencia tanto interna como externa con la consecuente generación de angustia son tan altas que muchos de ellos apelan a estos atajos cortos para intentar paliarla. Atajos cortos que pueden resultar transitorios en muchos casos, pero que en otros pueden consolidarse en actitudes permanentes debido a que serios trastornos familiares amenacen con arrojarlos frontalmente al fracaso, o bien, los hagan depositarios de la conflictiva mental de alguno de sus miembros.

El tema de la amenaza del fracaso, el cual corroe las bases de la autoestima, se presenta en el territorio de la incontrastable prueba de realidad. Exámenes, pasantías, competencias deportivas, abordaje del otro sexo (o del mismo), etc., devienen amenazadores porque como dice el refrán: «en la cancha se ven los pingos». Sin embargo, para el adolescente no se trata ni de cancha ni de caballos sino de una plaza toros, donde la consigna es a matar o morir. Especialmente, si la presión familiar es muy fuerte y deben demostrar su valoración triunfando para poder conservar el cariño y la admiración de los padres en tiempos donde lo axiológico se encuentra ligado a la competencia sin reglas y al exhibicionismo del éxito.

Por otra parte, la inmediatez de la descarga que oferta la cultura del consumo (que los ha ubicado junto a los niños en el centro de sus políticas), y las dificultades que conlleva la construcción del pensamiento simbólico se transforman en ejes centrales de la problemática actual de los jóvenes. La dificultad de pensar, de ir más allá de lo dado, la formación de un criterio, de un pensamiento crítico es desalentada por el sistema de ideas que hoy impera y que para colmo ha erigido a los adolescentes como modelo sociocultural a imitar. 

Por lo tanto, y como puede apreciarse en este apretado recorrido, la transición adolescente se halla siempre amenazada por diversas fuerzas, tanto externas como internas, sea cual fuera el contexto donde se desarrolla. Por esta razón, la fragilidad emocional de los jóvenes a raíz de ser sujetos en construcción se convierte en un flanco difícil de proteger si los adultos no cumplen eficazmente con su función acompañante y apuntalante. Sin embargo, esta amenaza resulta más atemorizante cuando los propios adultos se retiran y dejan a los jóvenes librados a su angustiante soledad y al subterfugio de que ya lo saben todo. En este sentido, la función del adulto es comparable con la del encofrado que se utiliza en la construcción, es necesario esperar a que el hormigón fragüe para que pueda ser retirado. 

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