Ideales y valores en la adolescencia.
¿Transmisión generacional o creación colectiva?

Me decís que querés una revolución
Bueno, vos sabés
Todos queremos cambiar el mundo
Me decís que es la evolución
Bueno, vos sabés
Todos queremos cambiar el mundoLennon & McCartney °
¿Por qué resultan tan conflictivas las cuestiones ligadas a la transmisión de ideales y valores durante la adolescencia? ¿Por qué movilizan profusas y hasta angustiantes polémicas entre jóvenes y los adultos, o bien, entre los mismos jóvenes y los propios adultos? ¿Qué sucede en el choque entre lo que una generación pretende trasmitir y lo que la siguiente alumbra como propia? ¿Cuál es el patrón invisible que organiza en cada generación la búsqueda de sentidos a través de la duda, del cuestionamiento, de la impugnación, para luego dar paso a la creación, o bien, a la recreación?
LEGADO
La transmisión de procesos y contenidos inconscientes de una generación a otra a través de la labor de las alianzas inconcientes no sólo garantiza la continuidad de la vida psíquica en la sucesión de las generaciones, sino que refrenda la hipótesis freudiana de que ninguna generación está en condiciones de ocultar a las que la siguen sucesos psíquicos que resulten claramente significativos. Es que el sujeto, además de obtener un lugar y una dotación identitaria en el conjunto intersubjetivo que lo trae al mundo se obliga a sostener un legado que lo inviste como el portador de los sueños de los deseos irrealizados, de las represiones, de los renunciamientos y de las fantasías de sus predecesores. Este investimiento deviene efecto directo del trabajo de la intersubjetividad, en tanto y en cuanto el sujeto siempre quedará enlazado a los conjuntos inter y transubjetivos a los que pertenece, o bien, con los que interactúa, mediante vínculos de identificación, de apuntalamiento y de alianzas inconcientes.
Por el contrario, si los procesos y contenidos inconscientes no se trasmitieran de una generación a otra, esta última estaría obligada a comenzar su aprendizaje de la vida desde cero. Por lo tanto, la transmisión entre generaciones se presenta como una verdadera urgencia a la hora darle un lugar a las exigencias narcisistas de conservación, a la continuidad de la vida psíquica, a las prohibiciones fundamentales y hasta aquello que no se puede mantener, albergar o ligar en la psiquis de un sujeto o en la dinámica vincular de un conjunto inter o transubjetivo.
Asimismo, la transmisión de valores e ideales desde el punto de vista conciente es un proceso que también se plasma entre los miembros de generaciones sucesivas. Este proceso puede apreciarse tanto desde la perspectiva de la progresiva socialización de sus vástagos por parte de la familia de origen como por la incidencia de la educación en su versión escolarizada. No obstante, los valores e ideales que pueblan el imaginario social de un período histórico determinado, en tanto pertenecen a una cultura dada, van a ser difundidos por todos los medios que posea dicha sociedad, aún cuando la diversidad de dichos valores e ideales colisione entre sí generando conflictos y contradicciones.
Por otra parte, sabemos que existe otro proceso, éste de corte netamente inconciente, que se produce en el contexto del imaginario familiar, esa estructura de códigos y significaciones que un conjunto intersubjetivo produce, establece y trasmite de generación en generación. Es que cuando dos sujetos forman una pareja que se propone traer una prole al mundo, de la intersección de sus mundos internos surgirá un precipitado de representaciones, emociones y pensamientos que dará lugar a esta nueva entidad que regirá de ahí en más los destinos axiológicos del conjunto.
Cuando la descendencia haga pie en este mundo esa estructura axiológica inserta en el imaginario familiar se hará presente a la hora de la imprescindible suscripción de una nueva alianza inconciente que reestructure y organice la dinámica familiar. Esta alianza, denominada contrato narcisista, o bien, contrato identificatorio, plantea que cuando un sujeto llega al mundo queda inscrito de manera simultánea en el campo de la vida anímica, en el de la sociedad que lo alberga y en el de la sucesión de las generaciones. Gracias a la mediación de este contrato se va a atribuir al recién nacido un lugar determinado en el grupo, así como va a quedar asignado a la tarea de velar por la continuidad del mismo. Como contraprestación el conjunto intersubjetivo deberá investir narcisísticamente al nuevo integrante, significando su lugar por medio del conjunto de las voces que a través de las generaciones han sostenido un discurso que lleva incorporado los ideales y los valores del mismo.
Otra función fundamental de este contrato es la de mantener investida una temporalidad que incluya tanto un proyecto como un horizonte de futuro donde este proyecto pueda ser plasmado. Esta temporalidad va a abarcar al conjunto intersubjetivo y a sus integrantes en la medida en que se constituyen a la vez en eslabones, servidores, beneficiarios y herederos de aquella suscripción. No obstante, el contrato narcisista no va a responder solamente a las exigencias derivadas de la auto-conservación del Yo y del conjunto, ya que el trabajo de la intersubjetividad va a imponer al psiquismo de los integrantes otras exigencias, aquellas que con sus demandas habrán de marcar la economía narcisista en el pasaje entre generaciones. Justamente, estas exigencias son las que se habrán de intensificar durante la transición adolescente. Es que los intentos de articulación entre la posibilidad de ser sólo un fin para sí mismo versus la ciega adecuación al lugar prescripto por el conjunto intersubjetivo llevará al sujeto a una situación conflictiva en torno a la configuración de una constelación identitaria en el marco de las determinaciones de la herencia.
De este modo, sobre la base de la triple función cumplida por el contrato narcisista (instaurar un origen, establecer una continuidad y, en contraposición a la investidura grupal, asegurar el derecho a ocupar un lugar independiente del veredicto parental), se distinguen dos modalidades de contratación: la originaria y la secundaria. La originaria define un contrato de filiación transgeneracional y está al servicio del conjunto y del sujeto que se integra al mismo. En cambio, la suscripción de su segunda versión se produce a raíz de los cambios en el estado de sujetamiento narcisista respecto de las exigencias que demanda el conjunto. Por tanto, se trata de un contrato de afiliación, que al redistribuir las investiduras del contrato originario entra inevitablemente en conflicto con él. Es que toda pertenencia ulterior, toda adhesión a otro conjunto, todo cambio en la relación con el grupo primigenio, conduce al replanteo de las estipulaciones del contrato originario. Justamente, esto es lo que va a ocurrir cuando el sujeto comience a establecer vínculos extra-familiares durante la regencia de la condición adolescente.
Por tanto, los profundos cambios desatados en la dinámica familiar a raíz del advenimiento de la adolescencia remedan la situación que enfrenta la pareja parental frente al nacimiento de un hijo. Es que el arribo de un sujeto al mundo se hace a través de la función mediadora que ejerce el grupo familiar al que la madre pertenece y representa. En tal caso, y por dos razones, la llegada de la adolescencia habrá de funcionar a la manera de un segundo nacimiento. En primera instancia, porque el transbordo imaginario[1],que en su despliegue se apuntala sobre las dimensiones familiar y social, patrocinará el alumbramiento del sujeto en el mundo cultural adulto. En segunda instancia, porque la conflictiva transición por la que el hijo atraviesa mientras se produce la metamorfosis correspondiente a esta crisis vital, termina transformándolo en una suerte de conocido-desconocido para sus propios padres.
En este sentido, para esta segunda entrada a escena representada por el ingreso al mundo de la cultura adulta, se solicitará como requisito la presencia activa y conciente del sujeto en la ceremonia protocolar de esta signatura. De este modo, a partir de la semiautonomía que introduce la condición adolescente, tanto la pareja parental como el hijo que inicia su transbordo imaginario, se verán obligados a renovar la investidura y las incumbencias de sus viejos lugares y dotaciones identitarias. Es que esta puesta a punto de los nuevos posicionamientos subjetivos deberá incluir un reconocimiento de los cambios físicos y mentales que han sufrido todos los miembros de la familia, ya que el inexorable paso del tiempo los habrá afectado y transformado sin excepción.
De esta manera, la configuración familiar resultante de esta segunda signatura contractual va a alcanzar un nuevo equilibrio al situar al joven en un lugar inédito. Es que a partir de ahora, más allá del deseo y la voluntad parental, tendrá voz y voto en una serie de temas que incumben a su persona, a sus otros significativos y a la propia dinámica familiar. Simultáneamente, su inclusión en el medio cultural adolescente a través de la afiliación y la participación en sus nuevos grupos de pertenencia van a contribuir a desestabilizar la tabla de valores e ideales detentada por el imaginario familiar. Esto ocurrirá gracias al masivo ingreso de un conjunto de significaciones imaginarias sociales transcriptas por el registro transubjetivo. De este modo, el pasaje de la filiación a la afiliación desatará la escalada de tensiones que conducirá a la constitución del escenario que albergue y sostenga el indispensable enfrentamiento generacional.
De todas maneras, el imaginario familiar seguirá haciendo su trabajo de sostener y transmitir los valores e ideales del conjunto a contrapelo de la reacción adolescente. Esta transmisión que fue ejercida a lo largo de la infancia de la prole, tanto conciente como inconcientemente, sufrirá a partir de la instalación de la condición adolescente los embates de un cuestionamiento radical. Lo que antes pudo ser palabra sagrada se ha convertido en parte de una disputa acerca del saber y la verdad en consonancia con el proceso de formación de criterios por parte de la nueva generación. Todo aquello que fue transmitido entrará en un proceso de transformación donde lo que subsista habrá de coexistir con los nuevos valores e ideales forjados en la fragua de los conjuntos inter y transubjetivos a los que el adolescente se integre y pertenezca y cuyas formaciones y procesos habrá de incorporar por apuntalamiento o identificación. En estos grupos se modificarán las formaciones del ideal, las referencias identificatorias, los enunciados míticos, los mecanismos de defensa y parte de la función represiva.
EN BUSCA DEL DESTINO
Comencemos por delinear un contexto que nos permita fijar las coordenadas de la encrucijada adolescente. Esta se encuentra enmarcada y caracterizada por la emergencia de una doble crisis. Por un lado, aquella que se desbarranca sobre el mundo interno del sujeto a partir de la metamorfosis física y psíquica a la que se ve arrojado sin un posible retorno. Y, por otro, la que simultáneamente se desencadena sobre el territorio de sus vínculos (amistosos, amorosos, familiares e institucionales).
De este modo, en el registro intrasubjetivo[2] el sujeto adolescente se enfrenta a la pérdida de las representaciones, deseos y afectos que habían poblado la atmósfera de su niñez. Esta pérdida pone en jaque a la mayoría de sus referentes infantiles, aquellos con los que había construido su ser y estar en un mundo gobernado por adultos. En el registro intersubjetivo[3], por su parte, se enfrenta con la pérdida de los códigos designados y asignados para relacionarse con los otros del vínculo (ya como sujetos de la realidad, ya como objetos de su fantasía). Y, encabalgada entre ambos registros, con las vicisitudes propias de la reorganización de su dimensión pulsional (sus descargas específicas, sus sublimaciones, etc.).
De la misma manera, este conjunto de pérdidas y modificaciones también habrá de perturbar de forma contundente el equilibrio tópico, dinámico y económico de su registro narcisista, ya que los recursos y los logros con los que se cimentó su autoestima fueron tributarios de la misma organización representacional y afectiva que caducó en su vigencia con la llegada del adolecer.
Esta crisis caracterizada por un insidioso vaciamiento se refleja especialmente en los trabajos de duelo cursados a partir de las cuantiosas pérdidas sufridas (cuerpo infantil, padres idealizados, recursos acopiados, etc.), y en sus consecuentes rectificaciones estructurales y funcionales (reformulación de sus instancias psíquicas, modificación de la dependencia material y afectiva en relación a los adultos, etc.). La avidez incorporativa que, a la sazón, despierta este vaciamiento acuñó en la obra de Missenard la elocuente expresión de urgencia identificatoria para definir así el estado que el psiquismo adolescente presenta en su normal anormalidad.
Esta urgencia, sin embargo, no será la única. Es que para que pueda plasmarse la recomposición intrasubjetiva que le permita operar al joven en su nueva realidad mediante el proceso de recambios afectivos y representacionales que denomino remodelación identificatoria[4], es necesario contar con una nueva dinámica de intercambios en el registro intersubjetivo. Esta dinámica de intercambios será comandada por la urgencia vinculatoria[5].
Estas dos urgencias marcan el ritmo incesante que lleva al adolescente a conectarse con estos nuevos otros del vínculo(pares y adultos extra-familiares), que oficiarán como modelos, rivales, objetos y auxiliares en su desesperada búsqueda de un lugar en la tan deseada y tan temida cultura adulta. Esta dinámica de intercambios va a precipitar en las fugaces identidades con las que los adolescentes se manejarán en su larga marcha hacia el desprendimiento material, afectivo y simbólico de la familia de origen, gracias a la puesta en marcha de un proyecto a futuro y a la construcción de un escenario para el enfrentamiento generacional. Este complejo procesamiento, que va a incluir un imprescindible cuestionamiento de los valores e ideales inculcados por la familia, habrá de presentar en su desenlace el formato de una articulación o de una fractura. Es que, según sea la estructura de roles con la que cuente la familia, habrá mayores o menores oportunidades de que los protagonistas de esta instancia crucial puedan elaborar las vicisitudes propias de la finalización de un ciclo vital junto con la caducidad de sus respectivos posicionamientos subjetivos.
Justamente, al abandonar la infancia el sujeto pierde no sólo sus recursos sino también la estructura psíquica que laboriosamente construyó. Por tanto, todo aquello que resultó operativo para desempeñarse durante la niñez ya no le habrá de servir al momento de convertirse en adolescente. A la sazón, nos encontramos aquí con los desequilibrios con los que nos desafía la remodelación de la instancia yoica y el registro narcisista representados a través del incesante repiquetear de las preguntas quién soy y cuánto valgo. Otro tanto habrá de ocurrir con la remodelación del Ideal del Yo en torno a las modificaciones que sufra la imagen a futuro, representada en este caso con las preguntas quién quiero ser y qué quiero para mí. Mientras tanto, la Conciencia Moral en su trabajo de resignificar las incumbencias de la ley paterna habrá de cuestionar las viejas prohibiciones e incorporar las aquiescencias que apareja el nuevo ciclo vital.
No obstante, para que esta serie de preguntas comience a ser respondida deberemos dar cuenta del decisivo papel que en este sentido cumple el registro transubjetivo[6]. Es que las significaciones imaginarias sociales que pueblan la cultura fueron mutando con los considerables cambios que se produjeron a lo largo el siglo XX: las dos grandes guerras, el nuevo papel de la mujer, el estado de bienestar, la sociedad de pleno empleo y su progresivo desmantelamiento, la caída del Muro de Berlín y del bloque Soviético, la restauración del neoliberalismo socioeconómico, la juventud como modelo idealizado, el individualismo a ultranza, etc. Estas modificaciones influyeron en la constitución de la subjetividad, ya que, valga la redundancia, el sujeto se encuentra sujetado a los valores de su época. Por tanto, nadie se puede posicionar más allá de las variables que genera su momento histórico, aunque sí se puede partir de allí para intentar modificarlas (tal como ocurre con las vanguardias y las contraculturas, encarnadas en numerosas oportunidades por adolescentes).
De este modo, nos habremos de encontrar con una problemática central a la hora de la constitución de la subjetividad allí donde los padres y la familia no pueden sustentar los valores e ideales con los que crecieron y maduraron, ya que al estar también sumidos en la crisis que atraviesa la sociedad su capacidad de investir, apuntalar y acompañar se encuentra entre interferida y deteriorada.
LA SOCIEDAD DE LOS POETAS VIVOS
A principio de los años ´90 Peter Weir estrenó el film titulado La sociedad de los poetas muertos. En esta obra el director expone en blanco sobre negro la tensión entre las generaciones y su intento de (re)mediarla a través de la presencia y el quehacer de un profesor de literatura. Demás está aclarar que, más allá de sus buenas intenciones, su intervención resultará fallida y la brecha generacional entre los padres, la institución educativa y los alumnos no será zanjada. En esta ocasión no trabajaremos sobre el guion de la película, sino que a partir de la interrogación de la paráfrasis de su título intentaremos ilustrar la producción de valores e ideales por parte de las generaciones adolescentes.
¿Por qué poetas? Poiesis, la palabra griega de la que deriva poesía, daba cuenta en su origen de todo proceso creativo. En su calidad de verbo delineaba una acción que transformaba y otorgaba continuidad al mundo. El trabajo poiético, por tanto, reconciliaba al pensamiento con la materia y el tiempo, y a la persona con el mundo. Qué mejor descripción de una de las facetas que portan los sujetos adolescentes.
¿Por qué sociedad? Porque cada generación adolescente forma un colectivo que se organiza alrededor de un imaginario propio, de un imaginario adolescente[7]. Este imaginario rige con el conjunto de sus códigos los modos de interacción de dicha camada englobando en sí mismo una serie de ideales y valores que sintonizan a contrapelo con el momento histórico en curso, ya que se apuntalan sobre lo preexistente para desde allí generar un posicionamiento subjetivo de corte diferencial.
¿Por qué vivos? Esta sociedad, a diferencia del film de marras, cuenta con miembros vivos porque produce en cada generación hitos a nivel sociocultural tanto a través de sus propuestas como de sus acciones, algunas de las cuales pueden resultar revulsivas para el statu quo adulto. Esto puede apreciarse en los giros innovadores que toma el lenguaje, en las variantes contestatarias con que enfrentan lo instituido, en las formas que adquieren sus vinculaciones, en las transformaciones que sufre lo estético, en la novedad o la radicalidad que adquieren los intereses en juego, etc.
De esta manera, durante la regencia de cada camada juvenil se habrá de gestar la construcción de un imaginario adolescente, es decir, un conjunto de representaciones que otorgará los imprescindibles contextos de significación y jerarquización[8] al pensar, al accionar y al sentir de una generación que busca su destino. Sin embargo, resulta axial aclarar que en una misma generación pueden coexistir simultáneamente varios imaginarios adolescentes. Esta situación se origina en la heterogeneidad que porta este colectivo debido a las diferencias sociales, culturales y económicas que presentan los miembros que lo integran, tal como puede observarse en la proliferación de las distintas tribus urbanas y en los fenotipos adolescentes que caracterizan a los diversos estamentos societarios.
A la sazón, si acordamos con el planteo que sostiene que realidad psíquica y realidad social son dos factores mutuamente irreductibles, podremos quitar el velo que oculta el entramado que da cuenta de la producción conjunta de ambas. De este modo, las significaciones imaginarias sociales que circulan en cada momento histórico tendrán una decidida injerencia en el formato que adopten tanto el imaginario adolescente comosus consecuentes directivas, siendo éstas coetáneas del tránsito por las sucesivas elecciones (vocacionales, amorosas, sexuales, ideológicas, etc.), que demarcan el arduo camino que lleva a la consolidación de una nueva dotación identitaria. Recíprocamente, en la medida de que cada camada adolescente se convertirá con sus producciones en una indiscutida protagonista a la hora de la construcción de su propio imaginario, el espíritu innovador emanado del mismo pondrá en marcha una dinámica cultural que insuflará nuevos aires en el seno de la sociedad que le tocó en suerte.
De esta manera, en cada generación adolescente existirá la posibilidad de que emerjan movimientos de vanguardia (política, artística, intelectual, tecnológica, etc.), que a través de su pensamiento y su accionar puedan influir y modificar tanto su propio rumbo como el de la cultura a la que pertenecen y en la que ejercen su despliegue. Los destinos de estas vanguardias son divergentes, ya que pueden quedar archivadas por su falta de repercusión o por su eventual fracaso, o bien, sus banderas puede uniformar a gran parte del colectivo masificándolo en un posicionamiento determinado (contestatario, participativo, consumista, etc.). Asimismo, su impronta creativa, ya sea grupal o individual, puede trascender hacia las generaciones siguientes marcando una tendencia o deviniendo en un modelo clásico[9].
Los multitudinarios movimientos que en el año ’68 sacudieron la modorra del statu quo burgués y burocrático en Paris y en ciudad de México, precedidos cinco décadas atrás por el eco anticipatorio del pronunciamiento que llevó adelante en nuestras tierras la reforma universitaria de 1918, demostraron en el plano sociopolítico la potencia de estas vanguardias. Sin embargo, este tipo de revueltas no siempre llegaron a buen puerto debido a que las fuerzas conservadoras inclinaron el fiel de la balanza hacia el polo de la intolerancia, impidiéndose así el procesamiento de cualquier tipo de innovación. A la sazón, se apeló, y aún se apela, a la represión criminal como solución final para acallar la incomodidad que generan ciertas voces adolescentes. Así lo testifican las tristemente célebres matanzas acaecidas en la Plaza de las Tres Culturas en México D.F. y en la de Tian An Men en China continental. O, sin ir tan lejos en el tiempo ni llegar a la solución criminal, lo que últimamente ocurre en Chile con los planteos y demandas que protagoniza el movimiento estudiantil.
UN CAMINO HACIA MÍ
Para pesquisar como se produce la reformulación, o bien, la creación de valores e ideales durante la adolescencia resulta imprescindible prestar atención a la secuencia que se establece entre el desmantelamiento y el posterior recambio representacional y afectivo que se inicia con la puesta en marcha del proceso que conduce la remodelación identificatoria. Las nuevas representaciones que la instancia yoica habrá de forjar de sí misma van a estar sostenidas y referidas por el constante proceso de configuración y reconfiguración que se lleva a cabo en torno a las temáticas ligadas a imagen y recursos. Estas habrán de sufrir una permanente actualización a partir de las señales emitidas por las dos grandes vertientes de judicación y adjudicación de valor: las que provienen del interior del propio sujeto y las que se originan en el ámbito poblado por los otros del vínculo.
De este modo, la construcción de un nuevo montaje identitario a expensas de la operatoria de la remodelación identificatoria va a implicar la puesta en juego de una dinámica donde aquello que se adquiere sólo se obtiene a cambio de algo que se pierde. Esta sucesión de relevos y recambios representacionales y afectivos produce al interior del psiquismo un movimiento de refundación que abarca tanto a la jurisdicción del Yo como a la del narcisismo. Esta refundación se lleva acabo incorporando junto a las nuevas significaciones los remanentes de las viejas que no hubieran caído en desuso.No obstante, la onda expansiva resultante de estos relevos y recambios no va a quedar circunscrita sólo a estas dos jurisdicciones, ya que el Superyó y sus subestructuras (Ideal del Yo, Conciencia Moral y Autoobservación), van a sufrir a su modo y en su medida las alternativas propias de aquel procesamiento.
Justamente, la irrupción puberal con el aporte de sus cantidades va a promover el descongelamiento de la libido sexual, que de esta forma abandonará la fase de latencia para quedar bajo la primacía de la fase genital. El trastrocamiento producido en los registros intrasubjetivo e intersubjetivo que trae aparejada esta irrupción va a afectar las condiciones bajo las cuales se ponen en marcha y se ejecutan las operatorias de la represión. Asimismo, este trastrocamiento implicará el despliegue de un trabajo psíquico y vincular de reposicionamiento y reconfiguración a cargo del sujeto adolescente y de sus otros significativos, el cual girará en torno al compendio de los códigos y normativas que históricamente rigieron los destinos del imaginario familiar. Es, justamente, aquí donde entra en juego la instancia superyoica, en tanto las modificaciones en curso van a afectar sus fundamentos estructurales, su dinámica de intercambios y su ecuación económica.
Por otra parte, el progresivo desasimiento de la autoridad parental también se encuentra en consonancia con la búsqueda de nuevos espacios de experimentación dentro y fuera del hogar. Por esta razón, se torna indispensable no sólo el reposicionamiento y la reconfiguración respecto del conjunto de los códigos y normativas vigentes, sino también del campo de los ideales que lo suministró. Este campo activamente sostenido por los adultos, y que hasta el momento resultaba prácticamente hegemónico en su primacía, se verá tan duramente cuestionado como sus propios mentores o portadores. Este cuestionamiento, que contará con un andamiaje foráneo al imaginario familiar, se apoyará en la persistente avalancha de ideas, valores, modelos, actitudes y conductas infiltradas a contrapelo por el propio adolescente.
En este sentido, los estratégicos reposicionamientos dentro de la propia instancia superyoica obligarán a forjar un nuevo balance de fuerzas en relación con las otras instancias y con la realidad exterior. Asimismo, las profundas transformaciones e innovaciones en la dinámica familiar y social redefinirán las formas de intercambio y vinculación entre el adolescente, los otros del vínculo y su medio circundante. Otro tanto ocurrirá con los aportes cuestionadores y enriquecedores introducidos por el registro transubjetivo, que contribuirán a forjar una nueva síntesis cultural que el sujeto adolescente portará tanto dentro del ámbito de la familia como extramuros.
Este proceso, que colma de alteraciones a las jurisdicciones yoica y superyoica, se apoya en el trabajo deconstructivo que realiza la operatoria de la desidentificación en el marco de la remodelación identificatoria a partir del relevamiento y reemplazo de las viejas representaciones por otras nuevas. En el caso de esta última jurisdicción las nuevas representaciones no habrán de surgir de las producciones originadas en el Superyó que portan los miembros de la pareja parental, tal como ocurrió en la primera modelización identificatoria de esta instancia. Esto se debe a que durante “el curso del desarrollo, el Superyó cobra, además, los influjos de aquellas personas que han pasado a ocupar el lugar de los padres vale decir, educadores, maestros, arquetipos ideales.”[10].
Y si bien estos influjos comienzan a capitalizarse a posteriori del sepultamiento edípico, la nueva modelización se va a completar sobre la base de las representaciones incorporadas en ocasión de la intensa porosidad identificatoria que instituye la condición adolescente. De este modo, este poderoso influjo que aportan los otros del vínculo con sus modelos de pensamiento y acción ejerce sobre el Ideal del Yo de los adolescentes la presión necesaria y suficiente para activar el trabajo de las urgencias identificatoria y vinculatoria. A este influjo debemos sumar el constante repiqueteo de las significaciones imaginarias sociales que circulan por la cultura de la época, cuyas ideas y valores contribuirán a engrosar aquella presión. De este modo, se abrirá paso la sucesión de representaciones que van a contribuir en el proceso de reformulación de los ideales y valores.
Una vez que el sujeto adolescente se haya afirmado en la dinámica de intercambios que se establecen entre los diversos apuntalamientos disponibles (sobre la familia, sobre el grupo de pares, sobre las instituciones, sobre el imaginario adolescente, sobre el psicoterapeuta, etc.), el flujo de experiencias vinculares, institucionales y culturales irán dejando impresas las marcas de lo novedoso que todo psiquismo abierto anhela y obtiene a través del despliegue indagatorio que llevan adelante las corrientes psíquicas lideradas por Eros. Estas marcas habrán de devenir en las representaciones que irán a reemplazar y/o a engrosar, según los casos, al conjunto de las preexistentes, generando así los relevos necesarios para poder operar con los condicionamientos provenientes de la nueva realidad psíquica y social.
En este sentido, el vínculo psicoterapéutico también habrá de operar en este campo generador de nuevas experiencias, aportando su cuota de significaciones al flujo representacional a través de su trabajo sobre los aspectos concientes e inconscientes del Yo y del Superyó. Pero, también, va a precipitar sus influencias en el territorio de los valores e ideales en tanto el discurso analítico cuenta con los suyos, los cuales no sólo se trasmiten a través de las intervenciones (interpretaciones, señalamientos, etc.), sino que emanan de las condiciones generadas por el propio dispositivo. Si a esta situación le sumamos el ensanche que se produce en el preconciente del adolescente a partir de este mismo discurso, se cerrará el círculo virtuoso que el otro del vínculo, en este caso el terapeuta, ofrece en su calidad de gestor, puntal, acompañante, rival y partenaire.
Por consiguiente, la revisión de las normas y los códigos adquiridos durante la infancia, a la luz de las demandas pulsionales que emergen con la revolución hormonal y el desasimiento progresivo de la autoridad parental, inaugurará un nuevo campo de límites y permisos, imprescindible para poder moverse, explorar, construirse un criterio, delinear una tabla de valores e imantar la brújula de los proyectos con el magnetismo de la libertad de elección. De esta forma, la reformulación de las instancias ideales requiere para su desarrollo contar no sólo con el aporte de los modelos emergentes de las nuevas vinculaciones, relación psicoterapéutica incluida, sino también de aquellos que provienen del registro transubjetivo. Esta suerte de infiltración terminará por precipitar la constitución de una síntesis renovadora, que devenida en ideario personal pondrá distancia de los dictados trasmitidos por la tradición familiar y social. En este mismo sentido, las flamantes normas e ideales que habrán de reorientar tanto las descargas específicas como las sublimaciones nos introducirán de lleno en el tema de la ley, en tanto ésta pierde la inmanencia detentada por lo parental para dar paso a la escritura de un nuevo decálogo de mandamientos albergados bajo el cielo protector de un nuevo engarce simbólico.
EXPRESO IMAGINARIO
Idea, ideal e ideología cuentan con la misma raíz etimológica. La fluidez con la que estas palabras se retroalimentan en el campo cultural no tiene nada que envidiarle a la que se establece a nivel del psiquismo adolescente. Allí la dinámica de sus idas y vueltas, sus permanentes reformulaciones y sus pequeñas rupturas epistemológicas describen con precisión el hervidero en el que ese psiquismo se desenvuelve. La ávida incorporación de significaciones, su metabolización, utilización y recambio marcan una necesidad y un curso de acción para este psiquismo en construcción. Es que el forjado de una nueva identidad requiere de un montaje idiosincrático que de cuenta de cómo el sujeto va quedando posicionado, casi en tiempo real, respecto del mundo, de los otros del vínculo y de sí mismo. Este montaje va a ser tributario del imaginario adolescente y a la vez va a incidir en su permanente mutación, tal como lo atestigua la zigzagueante órbita del Planeta Adolescente.
Asimismo, el imaginario adolescente mirado a contraluz puede funcionar como una lupa que amplía, a veces de manera brutal, el ideario que se halla en cocción en el horno societario. Estas corrientes de ideación, en tanto proveedoras de posicionamientos subjetivos, pueden ser capturadas por dicho imaginario y reconvertidas a los fines adolescentes en consonancia o disonancia con los intereses en juego de la franja adulta. Ilustrémoslo con dos ejemplos. Primero, uno de candente actualidad, como es el de la ingesta de alcohol. Este tema no puede apoyarse en la simplicidad del viejo argumento que declara que la juventud está perdida, porque más allá de los arquetípicos rituales de iniciación que tienen por protagonistas a las drogas de moda, el consumo de alcohol se ha exacerbado desde que los adolescentes pasaron a ser los protagonistas y destinatarios de sus campañas publicitarias. Décadas atrás la publicidad de las bebidas alcohólicas apuntaba a otros estratos sociales, o bien, a otros grupos de pertenencia (el vino era la bebida de los pueblos fuertes, o de la familia Crespi, Cinzano estaba en el cambio y tanto la cerveza como el whisky eran patrimonio de famosos). Últimamente, presenciamos a través de los cortos publicitarios un decálogo de la conquista, o bien, del triunfo a través del consumo de estas bebidas, donde los protagonistas son todos jóvenes bellos y sonrientes. Una vez más el avance de la insignificancia que lidera el marketing unifica intereses, aquí no hay contracultura sino incitación al consumo. En todo caso, en el marco del vaciamiento subjetivo que nos legó la posmodernidad el toque adolescente lo da la calidad de los excesos.
Un ejemplo inverso destaca lo que sucedió en Alemania en los últimos años de la década del ´90, pero de 1890. Entonces, una nutrida cantidad de jóvenes se asoció a un movimiento que portaba una clara emblemática contracultural y que a pesar de sus grandes expectativas finalmente no llegó a tener la repercusión esperada, desmembrándose finalmente en varias tribus antagónicas. Este fue el destino de los Wandervogel (pájaros errantes), una agrupación de jóvenes que marcharon rumbo a bosques y campos en búsqueda de una vida nueva, alejada del creciente industrialismo que se expandía por toda la sociedad germana y que traía aparejado el ascenso del materialismo al podio de los valores supremos de la sociedad. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos y contra todos los pronósticos estos jóvenes idealistas serían devorados años después por el sistema que rechazaban y del que a la vez huían, ya que fatalmente terminarían alistándose en el ejército alemán de la primera conflagración mundial.
En estos dos ejemplos puede apreciarse como el imaginario adolescente se nutre de los ideales y valores de una época dada para transmutarlos y hacerlos parte de su emblemática. Esto debería tenerse en cuenta a la hora de las variopintas acusaciones que reciben los jóvenes durante su tormentoso transbordo, las cuales intentan hacerlos responsables del permanente malestar que taladra a la cultura[11]. Incluso en nuestros propios cenáculos he llegado a escuchar la preocupación desatada por el aumento de las psicopatías y de las esquizoidías en la población juvenil, como si estas fueran una marca distintiva de la misma, es decir, como si las actuaciones y los aislamientos afectivos fueran sólo patrimonio de los adolescentes. Los argumentos en los que se basan estas diatribas parecen apoyarse en la idea de que los jóvenes provienen de otro planeta, o dicho con otras palabras, que carecen de filiación valorativa e ideológica.
En consecuencia, para poder esclarecer la dinámica interna de este tipo de procesamiento tanto psíquico como societario (procesamiento que no se restringe sólo a ideales y valores), deberemos aproximarnos al concepto de apuntalamiento en la versión con la que René Kaës reformulara aquella noción de cuño freudiano. Según sus desarrollos a partir del apuntalamiento de la pulsión sexual sobre las funciones vitales se van a producir una serie de derivaciones que habrán de conducir a nuevos apuntalamientos, a saber: el de la pulsión sobre el cuerpo, el del objeto y del Yo sobre la madre, el de las instancias sobre las formaciones elementales (por ejemplo, el preconciente sobre los restos mnésicos), y el de las formaciones generadoras del vínculo (identificaciones, imagos, complejos, modalidades de pensamiento), sobre el grupo y la cultura. En todos ellos encontraremos una secuencia lógica que enlaza a sus cuatro componentes: apoyo sobre una base originante, modelización, ruptura crítica y transcripción.
La remodelación identificatoria, por su parte, va a resultar tributaria de este procesamiento en la medida que desde el punto de vista de estos desarrollos las identificaciones tendrán su basamento en el componente modelizador. Por ende, el sostén que ofrezcan estos apoyos y modelos dará sustento a la vida psíquica y social del sujeto hasta el arribo de la adolescencia. Justamente, a partir de ese momento estos apoyos y modelos sufrirán el vendaval del cuestionamiento que desembocará en la ruptura crítica con los ideales y valores familiares y, a fortiori, con aquellos que los portan. Finalmente, este procesamiento se habrá de completar con la operatoria de la transcripción, la cual produce un pasaje transformador entre dos interfaces dando lugar a una nueva síntesis entre lo viejo y lo nuevo, entre lo heredado y lo adquirido. De esta forma, se termina de tornar propio algo que en su origen era ajeno.
Tal como puede observarse, la operatoria de transcripción implica un pasaje transformador entre dos medios heterogéneos, de la misma manera que cuando se transcribe una pieza musical de un instrumento a otro. Por esta razón, la separación existente entre los términos apuntalados recíprocamente (sujeto-grupo familiar, sujeto-grupo de pares, sujeto-cultura, sujeto-ideales y valores, etc.), exige una elaboración psíquica durante dicho pasaje porque en caso contrario en vez de una traducción se produciría una sutura, la cual impediría que lo heterólogo devenga en homólogo. De este modo, el apuntalamiento de las formaciones generadoras del vínculo (identificaciones, imagos, complejos, modalidades de pensamiento), sobre el grupo y la cultura resultan decisivos para poder reformular la dimensión valorativa e ideológica que los adolescentes llevan a cabo al interior de su psiquismo, en los grupos de pertenencia y en las instituciones.
De este modo, los modelos que emanan tanto de los imaginarios familiares como de los institucionales van a determinar los posicionamientos subjetivos disponibles para desempeñarse en las correspondientes dinámicas vinculares. No obstante, estos imaginarios no sólo asignan roles y funciones sino que también esculpen la tabla de valores con la que sus miembros habrán de orientar sus pensamientos, emociones y acciones. Por tanto, la complejidad que apareja la coyuntura en la que se reformulan los ideales y valores obliga a la clínica con adolescentes a trabajar no sólo con la metamorfosis que se descarga sobre sus psiquismos, sino también con las vicisitudes de sus inserciones familiares, grupales e institucionales. Es que familia, grupo e institución portan y soportan sus propios idearios, obligando a sus integrantes a redoblar sus movimientos elaborativos para evitar caer presa de ideologías (o bien, de idologías), sin fisuras ni cuestionamientos. Por tanto, el largo camino hacia la construcción de una identidad razonablemente estable entraña la imperiosa necesidad de contar con un andamiaje ideológico y valorativo que indique el camino a tomar, más allá de las estribaciones de una tutela parental simbólica encarnada en cualquier imaginario, que con la inercia de lo instituido insistirá con sus creencias, mandatos y delegaciones.
LA HISTORIA SIN FIN
Para que la remodelación del psiquismo adolescente lleve a cabo su cometido central es necesario que el proceso desidentificatorio concerniente tanto al mundo representacional infantil como a la urdimbre vincular con los otros significativos perfore un indispensable conjunto de brechas. Será a través de estas brechas que podrán transitar e infiltrarse el nuevo oleaje de valores e ideales liderados por las ofertas identificatorias y apuntalatorias provistas por las significaciones imaginarias sociales. Estas harán gravitar su influencia a través de los discursos y los esquemas de acción desgranados e implementados por las instituciones, los medios de difusión, los diversos grupos de pertenencia y por una serie de adultos oportunamente calificados. De esta forma, la presencia de estos otros del vínculo hará que la gravitación del proceso desidentificatorio recaiga no sólo sobre los precipitados yoicos y superyoicos acumulados durante la infancia, sino también sobre los diversos y secuenciales posicionamientos subjetivos establecidos con los otros significativosa lo largo del mismo período.
De este modo, el complejo punto de partida que Kaës plantea para la vida anímica, donde tanto continente como contenido se constituyen de manera simultánea a partir de los moldes que proveen los códigos de la cultura inscriptos en la fragua relacional, impone al psiquismo ciertas exigencias de trabajo que habrán de resultar ciertamente ineludibles. Por ende, la violencia acarreada por este proceso, que en su acción fundadora forma tanto como deforma debido a la ineludible presencia de la subjetividad que porta el otro del vínculo, imprime a las formaciones, a los sistemas, a las instancias y a los procesos psíquicos una serie de contenidos y modos de funcionamiento decididamente específicos.
De la misma manera, esta conceptualización resulta tributaria del nexo que se establece entre la configuración y la operatoria de las instancias que integran la segunda tópica en el campo de la intersubjetividad con la enmarañada temática de la transmisión psíquica. Esta transmisión de procesos y contenidos inconscientes de una generación a otra no sólo garantiza la continuidad de la vida psíquica en la sucesión de las generaciones, sino que aceita la compleja dinámica de los procesos identificatorios y desidentificatoriosa través de este constante tráfico de datos y procedimientos intergeneracionales. Esta misma línea argumentativa es la que permite dilucidar por qué el apuntalamiento que se efectúa entre el novel sujeto y el registro narcisista de aquellos que lo preceden, a través de la suscripción de las respectivas alianzas inconcientes, orbita también en torno a la temática de la transmisión psíquica. Es que el sujeto, además de obtener un lugar y una dotación identitaria en el conjunto intersubjetivo que lo despacha en este mundo, se obliga a sostener un legado que lo inviste, entre otros pormenores, como el portador de los sueños de deseos irrealizados de sus predecesores.
Por ende, la huella que deja tanto la presencia como el accionar del otro del vínculo en el psiquismo del sujeto marca la orientación que toman estos desarrollos. Estos habrán de girar en torno a la circulación, el desplazamiento y la transmisión inconsciente al interior de los conjuntos inter y transubjetivos, introduciendo en el campo psicoanalítico con nombre propio y derecho adquirido la noción de alianzas inconscientes. La articulación intersubjetiva que sostienen estas alianzas se basa en las facultades derivadas de su configuración bifronte e intermediaria, ya que por un lado se instituyen como la piedra basal a partir de la cual se estructura la realidad psíquica del sujeto y, por otro, conforman la sustancia que compone la realidad psíquica de los propios conjuntos inter y transubjetivos (parejas, familias, grupos e instituciones). Esta característica dual permite comprender a través del análisis de sus enmarañadas ligazones como se constituye, o bien, como fracasa en constituirse la operatoria defensiva en el sujeto a partir de considerar que esta se encuentra inextricablemente vinculada al conjunto al que pertenece y le otorga una dotación identitaria.
En este sentido, los complejos y gravitantes desarrollos llevados a cabo tanto en el campo de las alianzas inconcientes como en el del trabajo de la intersubjetividad, dieron cuenta de la intrincada madeja de donde surgen las correlaciones presentes en el proceso de constitución del sujeto del inconciente, del sujeto del vínculo y del sujeto del grupo. Estos desarrollos, que se incluyen en la perspectiva de una metapsicología de los conjuntos inter y transubjetivos, han ampliado de manera categórica la mirada y la comprensión psicoanalítica en torno al origen relacional del psiquismo y a la red vincular que lo sostiene, sin soslayar la presencia de sus inevitables distorsiones y quiebres. Asimismo, sus derivaciones contribuyeron a revelar la decisiva participación de los otros del vínculo tanto en la puesta en marcha como en la consolidación de la continuidad de las operatorias defensivas. De la misma manera, podemos incluir dentro de estos desarrollos la transmisión de los valores e ideales que llevan a cabo los conjuntos inter y transubjetivos mediante la presencia y el accionar de los respectivos imaginarios familiares e institucionales.
Max Scheler decía que, en tanto eternos e invariables, los valores valen. En nuestras tierras el polémico Sarmiento escribió rumbo al exilio que las ideas no se matan. No obstante, en el seno de las culturas planetarias siguen emergiendo vez tras vez nuevas sociedades poéticas, las cuales con su impulso vital insuflan ese hálito de innovación ideológica y valorativa que caracteriza al discurrir humano. Afortunadamente, los adolescentes ignoran el brete societario en el que están metidos, sumar una angustia más sería insoportable.
Publicado en Problemáticas Adolescentes. Intervenciones en la Clínica Actual. Noveduc. Julio 2017.
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[1] Cao, Marcelo Luis (2009): La Condición Adolescente. Replanteo Intersubjetivo para una Psicoterapia Psicoanalítica. Edición del autor. Buenos Aires, 2009.
[2] “Las relaciones intrasubjetivas son definidas como la organización singular de la pulsión, de la fantasía, de la relación de objeto y del discurso. Si tomamos el enfoque intrasubjetivo tendremos en cuenta las instancias psíquicas, los contenidos de la fantasía, todo lo que hace a la experiencia corporal, los procesos de pensamiento y las emociones”. (Bernard, M. 1993, pág. 7)
[3] “Las relaciones intersubjetivas, en cambio, implican la transcripción subjetiva de lo que se intercambia entre los sujetos. Supone un espacio de transcripción, una brecha, una barrera, en un nivel neurótico del vínculo. Los procesos de subjetivación llevan implícito un aparato capaz de producir transcripción, es decir, que los contenidos que circulan entre los miembros del vínculo no entran al aparato psíquico en bruto, sino con un grado variable de modificación, de asimilación”. (Bernard, M. 1993, pág. 7.)
[4] Cao, Marcelo Luis (1997): Planeta Adolescente. Cartografía psicoanalítica para una exploración cultural. Edición del autor. Buenos Aires, 1997.
5 Cfr. La Condición Adolescente.
[6] “Las formaciones transubjetivas atraviesan los espacios y los tiempos psíquicos de cada sujeto de un conjunto, los atraviesan y determinan en parte la organización tópica, dinámica y estructural de cada sujeto en tanto forma parte de ese conjunto. Esto es importante, las formaciones transubjetivas determinan al sujeto en tanto forma parte del grupo”. (Bernard M. 1993, pág. 9).
[7] Cfr. Planeta Adolescente.
[8] Cfr. La Condición Adolescente.
[9] A la manera de ejemplo recordemos a estos adolescentes. Bobby Fischer obtuvo el título de Gran Maestro a los 15 años. Steve Jobs diseñó la primer computadora personal a los 21 en su garaje. Los Beatles cuando iniciaron su camino, todavía sin Ringo, eran unos quinceañeros. Rimbaud publica sus primeras poesías antes de los 20. Roman Polanski empezó a filmar a los 21. Bill Gates fundó Microsoft a los 20. Bret Easton Ellis publica Menos que cero a los 21. Bertolt Brecht escribió su primera obra de teatro a los 20. Daniel Burman rodó su primer largo a los 22. James Dean salta a la fama a los 23 con Al este del paraíso. Mark Zuckerberg fundó Facebook a los 20. Y siguen las firmas.
[10] Freud, Sigmund (1933): “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”. Obras Completas, Tomo XXII. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. Pág. 60.
[11] “Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros”. Sócrates.
“Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder .Porque esta juventud es insoportable, desenfrenada y simplemente horrible”. Hesíodo.
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